Catalina Winderbaum

Puesta a pensar en qué palabras decir antes de las palabras que Uds. vinieron a
escuchar, pensé en hacer historia…
Hace mucho tiempo, hubo un tiempo en el que un médico, intentando aliviar el padecimiento de aquellos que a él acudían, creó un dispositivo que inaugura un nuevo campo de experiencia. Creación que hace posible con un solo gesto, un gesto que podemos pensar como el gesto psicoanalítico por excelencia: el de dar la palabra. Gesto que permite que aquel que padece pueda decir lo que tiene para decir, y que por silenciado, produce sufrimiento.
Dió la palabra al padecimiento abriéndose a una experiencia que transitó privándose, paulatinamente y cada vez, de los medios de los que ya disponía, para ir dándole lugar a aquello otro que todavía, cada vez, se daba a ser escuchado.
Se gesta así una manera inédita y revolucionaria de pensar al hombre y una práctica novedosa en relación al malestar, ubicado ahora en relación a la cultura.
Se trata ahora de un analista que, advertido de las resistencias que la peste del Psicoanálisis despertaría en su movimiento, celebra, cada vez, “más con la sensación de un triunfo que de una derrota”, la ocasión que los hechos de la clínica le brindan de volver a pensar aquello que ya sabía.
Un analista que al cabo de su experiencia dona a otros analistas el saber del Psicoanálisis como una herramienta que cada uno puede ajustar a su propia mano, haciendo reserva de una sola cosa: que no se llame Psicoanálisis a aquello que no lo es, a aquello que en su devenir caiga por fuera de su campo.
Hubo un tiempo, luego, en el que se pensó al Psicoanálisis como una práctica que acumula saber. Un saber que sumándose y ordenándose de acuerdo a una codificación de reglas y procedimientos, como un saber técnico, constituiría un “saber hacer con el paciente” transmisible de maestros a discípulos y aplicable a los análisis por venir. Un saber que crearía un standard, una cura-tipo, que uniformiza a los analistas en acuerdos que cierran el espacio para el debate y la polémica.
Una práctica que redujo la dimensión de experiencia que abre el inconsciente, al experimiento donde se confirma que allí estaba lo que ibamos a buscar.
Un modo de entender las cosas que eludía lo inquietante que implica ocupar el lugar que la posición del analista supone: la disposición a la escucha de aquello particular que cada sujeto ofrece.
Hubo otro tiempo, hace algún tiempo, en el que un analista se enfrentó a este estado de cosas y produjo un gesto: volver al texto freudiano y aplicar allí “sus tres”, en una operación de lectura que le devuelve la palabra a la verdad esencial que portaba el discurso psicoanalítico, verdad silenciada en una práctica que, de todos modos, se nombró Psicoanálisis.
Un analista que toma lo heredado y lo interroga en sus fracturas, sus paradojas, sus huecos, en un movimiento que lo lleva más allá del padre del Psicoanálisis, y del que extrae nuevas consecuencias.
Y que al cabo de las consecuencias de su experiencia y su enseñanza, se sigue pensando, nombrando freudiano, en tanto freudiana es su experiencia, su enseñanza y su ética.
Pensé en hacer historia, en estas palabras antes de las palabras, para preguntarnos ¿dónde estamos hoy?.
Periódicamente se hacen escuchar voces que anuncian la crisis, el fín, la muerte del Psicoanálisis.
Se argumenta que su causa es no estar a la altura de los tiempos que corren: son tiempos del corto plazo, de la urgencia, que piden tratamientos empíricamente sustentados aplicables según una normativa que garantice iguales resultados ante los mismos trastornos para todos los pacientes, y que den debidas pruebas de eficacia.
Tiempos que nos exigen unificados, igualados, clasificados, pautados y, si es posible, debidamente medicados.
El Psicoanálisis… siempre cuestionado, siempre sujeto a las condiciones que la subjetividad de la época pone en su horizonte, siempre amenazado por la tentación de cerrarse sobre sí mismo…
¿Qué certezas nos permiten reconocernos aún dentro de campo de la experiencia freudiana en estos tiempos de abolición subjetiva, de silenciamiento del deseo, de la palabra caída en descrédito?.
¿Qué controversias podemos sostener que nos mantengan despiertos, resistiendo la tentación de acomodarnos en la quietud de un saber ya consagrado que no admita ser interrogado por las nuevas formas que hoy toma el malestar?.
¿Cómo asumir el caudal de lo heredado para ponerlo al servicio de la pregunta sobre lo que tenemos que llegar a saber otra vez, cada vez que volvemos a protagonizar la inquietud, la incertidumbre y el riesgo de la experiencia del inconsciente, en el deseo, siempre decidido y fecundo, de renovar su apuesta?.
El Psicoanálisis: las certezas, las controversias.