Juan Ritvo
Me aprovecho de la amplitud del titulo para tomar un desvío, que no es un desvío, sino otra vía, que de algún modo es la vía que la revista Mal Estar ha transitado y que además tiene que ver con el otorgamiento por parte de la Fundación Proyecto al Sur del Premio Lucien Freud. Es decir: quiero plantear algunos problemas de la relación entre psicoanálisis y arte, pero claro, voy a restringirlo. Ya de por si esto es enorme, así que lo acoto a psicoanálisis y literatura, pero lo único que puedo hacer en el tiempo de que dispongo son unas puntualizaciones que supongo pueden interesar.
Hay un síntoma clásico que es el llamado psicoanálisis aplicado, disciplina, aclaro de antemano, que detesto por razones que puedo ahora esbozar. Sabemos, porque ya es una costumbre extendida desde los tiempos de Freud y luego renovada con el instrumental lacaniano, que hay una tendencia a tomar las obras literarias –no solo literarias, también pasa lo mismo con el cine, el teatro y a veces se extiende a la pintura– y en una actitud franca e ingenuamente contenidista se psicopatologizan los personajes de novelas, cuentos, relatos, e incluso cuando esto es trasladado al cine, como si fueran transmitidos con un medio neutro y carente de resistencia. De tal modo que estos personajes, ya fuera de sus discursos, son resumidos, argumentados clasificados psicopatológicamente y siempre se vuelve una especie de apoyatura y extensión a un ejercicio muy expandido y parasitario, por que lo único que hace es ser apéndice titubeante y en definitiva inútil de algunas preocupaciones psicoanalíticas que indudablemente podrían tramitarse mejor.
Esa especie de oportunidad con la que un psicoanalista siempre encuentra un caso clínico en alguna obra. Esa es la razón por la cual yo, harto de la psicopatologizacion de Hamlet, frente a la pregunta de: ¿Por qué tiene cinco actos? respondo algo que creo que ya otros han dicho y es: ¿Cómo puede haber una tragedia en un solo acto? Si se hubiera llegado a la conclusión en el primer acto, nos quedamos sin tragedia. Es decir, hay una cierta regla de la tragedia que exige la dilatación. Por supuesto que se han escrito cosas interesantes a propósito de Hamlet y no quiero entrar específicamente en este tema porque me llevaría mucho tiempo.
Pero la pregunta es esta: ¿Porqué el psicoanálisis cuando se aplica a otros campos, y particularmente a la literatura –pero no solo literatura, también política, sociología y hasta filosofía- desconoce las estructuras propias de ese campo? Porque el psicoanálisis salvaje funciona así, como una especie de metalenguaje salvaje que se introduce repentinamente en otro campo ignorando las construcciones del campo y produciendo resultados, en el mejor de los casos, irrisorios. Y digo en el mejor de los casos porque muchas veces –yo no intento defender al arte, se defiende solo- los psicoanalistas aplican salvajemente el psicoanálisis a las obras literarias, y uno puede empezar a sospechar que allí retorna lo reprimido, es decir, que esto mismo también se hace en la clínica. Entonces, el psicoanálisis aplicado a si mismo es algo bastante complicado.
Lo que quiero decir es que no voy a traer ninguna novedad porque primero, pienso que entre psicoanálisis y literatura no hay ningún metalenguaje que pueda regular los intercambios, una disciplina que por encima pueda regular y formular leyes. Si hubiera esta disciplina, yo diría “bienvenida”, pero todos tendríamos que cerrar nuestras bibliotecas porque ya estarían prácticamente resueltos todos los problemas, pienso que esta disciplina no existe, por razones que tienen que ver con la incompletud que es esencial al psicoanálisis y que es esencial a la literatura.
El psicoanálisis entonces ¿que tiene que ver con la literatura?. Yo la entiendo en este sentido: si un psicoanalista se ocupa de una obra literaria, pero se ocupa de la obra, y se atiene a la textualidad de la obra, y aquello que en la obra lo llama, puede acceder a aquello que desborda la obra y puede incluso recurrir al psicoanálisis en la medida en que acepte los procedimientos técnicos de ese campo, ahí si la relación se vuelve extremadamente fructífera, pero no suele suceder. Ahora, ¿que es lo que hace que haya una comunidad profunda entre el psicoanálisis y el arte en general, pero fundamentalmente, y porque a esto me refiero, la literatura? En la literatura moderna, no quiero ser abusivo y extenderlo a la literatura universal, hay algo que es connatural a la modernidad y es lo que llamo, no sé si de modo muy preciso, un “principio de discordancia”. Esto quiere decir que si en una obra literaria uno reconoce diversos estratos, el estrato fónico-fonológico, el estrato morfo-sintético, el estrato semántico, y finalmente el que yo llamaría el estrato retórico poético; entre estos estratos no hay una mera relación de integración reciproca, o mejor dicho, no hay una relación de integración –reconozcamos el termino integración en el sentido lingüístico del termino-. Lo que hay es un principio de discordancia, donde estos elementos intervienen entre sí mediante un juego constante de fracturas y rupturas, que implican que la obra misma se descompone en una heterogeneidad de niveles, ya no pautable con los criterios habituales del discurso universitario. El caso mas sintomático de esto es el modo en que el nivel retórico de una obra literaria perturba profundamente la supuesta transparencia de las reglas semánticas, lo que hay es desacoplamiento, y en ese punto uno puede decir: el arte -llamemos arte yo estoy haciendo una cosa extensiva pero bueno-, la literatura si por algo se caracteriza y pienso que Valery en esto tenia razón, es porque lleva al limite ciertas propiedades del lenguaje humano, la capacidad paradojal del lenguaje humano, las antinomias que nunca se resuelven y sobre todo el hecho de una multiplicidad heterogénea de niveles. No hay forma alguna de que aquello que llamamos lenguaje lo podamos reducir a un principio homogéneo, y esto hay que advertirlo porque cuando hablamos del lenguaje desde el punto de vista psicoanalítico habría que precisar muy bien de que estamos hablando, porque desde ningún punto de vista se puede pensar el lenguaje como una función unitaria.
Esto es connatural al arte moderno, y en perspectiva se extiende en lecturas retrospectivas. Pero hay una concordancia en este punto con algo que es propio del psicoanálisis, el psicoanálisis por su propia constitución siempre lleva los discursos a un punto de suspensión y perturbación traumático. Este es el nivel esencial donde el campo del psicoanálisis se puede transmitir al campo literario. Porque podemos decir que el psicoanálisis, creo, no es un código dentro de otros códigos de la cultura (estéticos, filosóficos, sociológicos, de la moda) es más bien un dialecto, que opera con los restos de otros códigos. En ese campo constituye algo nuevo y algo verdadero, pero a condición de ser un dialecto, no una lengua, y eso lo suscribo. En ese sentido depende de los otros códigos, porque capta lo que en otros tiende a descomponerse, a censurarse, y levanta la censura. Es decir, esta es la historia de Freud y las disciplinas de su época, y también de Lacan. Fíjense que ahí donde se ocupa de algo que aparentemente es marginal, termina por ser esencial y mostrar los límites o de la lingüística o de algunas corrientes filosóficas e incluso de algunas corrientes meta lógicas. Hay ahí una consonancia profunda entre el psicoanálisis y la literatura. Ahora Uds. dirán ¿Cómo se organizan los cruces, los pasos de un lado a otro? Yo creo que no hay nada que organice esos pasos, absolutamente nada. Creo que quien piense que hay algún principio general formal que organiza esos pasos está profundamente equivocado, esas leyes ni siquiera podríamos empezar a pensarlas. Lo que hay son acontecimientos de encuentros entre recursos psicoanalíticos y obras estéticas donde hay una transmisión reciproca y que dan ejemplos extraordinarios de hallazgos.
Ustedes tienen todo el derecho a preguntarme, después de todas estas abstracciones que malamente les he expuesto, por algún ejemplo, y ahí me encuentro con un problema grave, porque de los ejemplos psicoanalíticos ninguno me parece adecuado. Los ejemplos psicoanalíticos son todos salvajes. Piensen en el famoso supuesto análisis que hace Lacan de Joyce, donde dice cosas salvajes. Cuando habla del Retrato del artista adolescente dice: “claro, Stephen es James, es James Joyce, obvio” y es una estupidez. Porque funciona con el descuido tradicional del psicoanálisis (Lacan en ese seminario parece más un viejo psiquiatra que otra cosa, obsesionado por taxonomías caducas). Lo que no advierte Lacan y eso es lo mas llamativo, es que el Retrato del artista adolescente es una obra de género, una obra que depende de la narrativa simbolista de fines del siglo XIX y principios del XX, y ese personaje, Stephen, es mucho mas representativo de la tradición que de la historia de James Joyce. Y además si queremos llevar las cosas a un limite, pensemos en esa conferencia que pronuncio Foucault, que es un autor que Lacan escuchó, y además escuchó muy atentamente, y que fue importante para algunas elaboraciones de Lacan, donde queda claro que el nombre del autor no coincide con el autor empírico. Entonces tenemos tres estratos: el autor empírico, el nombre del autor que cifra un texto, y además el personaje que responde a una tradición que en este caso es de la tradición simbolista.
Si uno no diferencia estos estratos es imposible que diga nada, salvo vulgaridades y trivialidades. Ahora, en esto, se está hace décadas, yo no puedo dar ejemplos psicoanalíticos, entiéndanme, hay gente que dice verdades, análisis psicoanalíticos que son interesantes, pero esos análisis dependen menos de la obra que de lo que el autor ha pensado sobre otra cosa y toma a la obra como mero pretexto, como mera anécdota.
Los ejemplos curiosamente, están fuera del psicoanálisis. Podría citar muchísimos, pero bueno, dos o tres, algunos claves. Blanchot y Roland Barthes, ambos han aprovechado mucho del psicoanálisis, y uno que en este momento me interesa mas que nada, y es Walter Benjamín. El supo usar la noción de traumatismo que utilizan los textos freudianos, creo que la tomo más directamente de Theodore Reich, porque justamente habla de la vivencia de shock en la sociedad contemporánea, y es indiscutible que ahí ha elaborado la noción de trauma de Freud, y que la ha trabajado mas allá del principio del placer, en relación a Reich. Y que interesante, las observaciones que ha hecho Benjamín en relación a la obra de Baudelaire son extraordinarias, son realmente una utilización del psicoanálisis sin proclama. Pero ejemplos así, en psicoanálisis, yo no puedo dar.
Esto es lo que quería traer para hablar, solo como para empezar a pensar, pero bueno, espero que sirva para generar algunas reflexiones en su momento.
Eduardo Grüner
Para completar el currículum podremos decir que Eduardo Grüner no sabe que va a decir en los próximos 15 minutos, porque yo había pensado, exagero, había imaginado algunas cosas de las que podría hablar aquí, pero la intervención que acaba de hacer Juan Ritvo me obliga a desimaginar todo eso, y ver que puedo imaginar aquí con Uds. Hay una cosa que me interesó, en realidad hay muchas, pero es el núcleo de lo que toco Juan recién lo que a mi me parece de centralísima importancia, y esto es sobre esa especie de pasión, decía él, por encontrar un caso clínico en un texto literario. Me hizo recordar que muchas veces mis alumnos en la universidad se quedan muy extrañados, cuando les digo algo que a mi me parece muy elemental –y al decir esto frente a un publico mayoritariamente compuesto por psicoanalistas me tiembla la voz-, y es que Edipo no tenia ningún complejo, Edipo es Edipo. El complejo es un problema nuestro, de los neuróticos normales, y no de aquel que es Edipo, de donde Freud extrajo ese nombre. O en todo caso es un problema, dicen algunos, de la modernidad a partir de Hamlet, que es otra forma mediante la cual Freud lee eso.
¿Y que quiero decir con esto, siguiendo el razonamiento de Juan? Si hay algo de lo que podemos estar absolutamente seguros que Freud no hace de ninguna manera, en el caso de su teorización sobre lo que algunos llaman el complejo de Edipo, es psicoanálisis aplicado, sino que en todo caso, Edipo, lejos de ser un objeto de aplicación, es la herramienta misma que le sirve a Freud para pensar su teoría que luego daría en llamarse psicoanalítica.
Esta especie de inversión de la lógica, si puedo decirlo así, me parece sumamente importante –justamente también por las cosas que decía Juan– a propósito del lugar del arte que, sin duda, en la fundación de la disciplina y discurso llamado psicoanálisis tiene un lugar absolutamente fundador.
Digo que el arte tiene ese lugar fundador, simplemente por que sin él no hubiera sido posible esta fundación de un discurso (que no casualmente se dio en tal periodo de la historia de la modernidad Europea), pero que aborda algo más fundante de lo que puede encontrarse en la anécdota histórica.
Quiero adelantar que no pienso que si hubiera que buscar algo así como una teoría estética en las obras de Freud haya que buscarla, por ejemplo, en el texto sobre Leonardo, o sobre Miguel Ángel o en el texto sobre Dostoievski, habría que buscarlo en los textos sobre el sueño, el lapsus, el acto fallido, aquellos que tocan mas de cerca lo que hoy uno llamaría el problema del significante y de la producción del significante, de la insuficiencia, los quiebres y conflictos del mismo.
Uno podría contar algunas anécdotas que demostrarían la utilidad que esta vía inversa podría tener para el psicoanálisis, y una que siempre cuento tiene que ver con mi abuelita, disculpen Uds. que sea autobiográfico. Mi abuelita tenia una amiga que era reeducadora de sordomudos, estoy hablando de la década del 20. Por alguna razón a esta señora se le ocurre llevar a sus educandos al cine, a ver una película muda, una de esas películas que eran un melodrama espantoso donde todos lloraban. Empieza a observar esta señora con gran sorpresa, que en las escenas mas dramáticas los chicos irrumpen en incontenibles carcajadas. La explicación era que en el cine mudo los actores -como el texto se puntuaba y anclaba a través de íntertítulos que indicaban el sentido de la acción- hacían una mímica puramente exterior y entre ellos se hacían chistes, se cargaban. Y estos niños que estaban entrenados para leer los labios podían “leer” lo que realmente decían estos actores, las bromas que se gastaban, las incoherencias, haciendo que en este caso los discapacitados, inhabilitados, fuéramos nosotros, por no tener la capacidad para distinguir este conflicto, esta disociación entre la palabra y la imagen, que creo que es un tema, si quieren decirlo así –entre lo imaginario y lo simbólico-, de mucha importancia para el psicoanálisis.
Y la otra es una famosa anécdota de Picasso, personaje mas conocido que mi abuela, que parece ser que durante mucho tiempo vivió gratis, porque todo lo que compraba, lo compraba con cheques, y aquel que recibía el cheque no se animaba a cambiarlo porque era posible que la firma del autor valiera mucho mas que la mercancía adquirida –bueno, esto tiene que ver con el fetichismo del nombre, que parece ser un tema bastante central para el psicoanálisis-. Con esto quiero decir que uno podría pensar bajo estos términos sobre el famoso problema –es decir “des-pensar”, que creo que es lo que habría que hacer- de si el psicoanálisis es o no una “ciencia” como se lo ha cuestionado tantas veces. Recuerdo la afirmación que citó Juan, decía que no habría que preguntarse tanto si el psicoanálisis es una ciencia, sino que habría que preguntarse qué es una ciencia después del psicoanálisis. Quiero decir, qué es una ciencia después de aparecer este discurso, que supone una “subversión del sujeto”, pero al mismo tiempo (creo que lo dice el mismo psicoanalista), ese sujeto es el mismo sujeto de la ciencia. Quiere decir que estamos aquí en una tensión que por supuesto estaba ya muy presente aunque condicionada por otro contexto histórico, en el propio Freud, que todo el tiempo oscilaba entre estas defensas del carácter científico y el psicoanálisis, y el recurso a cosas como Edipo, Hamlet, el humor, el arte, y esos objetos no eran precisamente los mas habituales de la ciencia de su época, y tampoco creo, de la nuestra.
¿Por qué digo que habría que des-pensar este problema? Si todo esto fuera cierto, ¿por qué el carácter científico o no del psicoanálisis tendría que ser alguna clase de problema para los psicoanalistas? Esto es algo que yo no termino de entender. En ese sentido me parece que la mejor definición del psicoanálisis, la dio Borges cuando dijo que era una ciencia ficción. Es en todo caso bajo este régimen que uno podría pensar un discurso que subvierte a aquel sujeto, del cual de ninguna manera podría prescindir –porque entonces como haría para subvertirlo- , es decir que se coloca en este borde siempre vacilante, siempre borroso, siempre corriéndose, entre la ciencia y la no ciencia. Estamos hablando de la racionalidad instrumental, el terrorismo de la técnica, me parece que justamente el psicoanálisis es uno de los pocos discursos que puede darse el lujo de discutir e interrogar muy seriamente estos límites.
El peligro, en todo caso para el psicoanálisis, no creo que venga de ninguna manera de estos cuestionamientos exteriores a su propio campo de practica sobre si es o no un ciencia, quizás el peligro venga mas –discúlpenme Uds. por decir esto- de dentro del propio psicoanálisis, y quiero decir en que sentido, de esa especie de voluntad de vulgarización, lo voy a decir así, de publicidad (que es algo muy distinto del discurso publico, es decir político).
El hecho de que pueda discutirse si el psicoanálisis es o no una ciencia, en la revista Noticias o en Clarín, me parece que habla del feroz peligro que acecha al psicoanálisis, y es el de la pérdida, en esa publicidad, de su carácter esotérico en el mejor sentido del término. Quiero decir, de ese carácter que le permitió en ese momento este gesto de fundación y al mismo tiempo de subversión del sujeto.
Adriana Rubistein
Bueno, la verdad es que las intervenciones que me precedieron dispararon varias cosas, que voy a ver si puedo intercalar en lo que tenia pensado plantear hoy. El titulo de las Jornadas me hizo preguntarme como y cual es la responsabilidad que los psicoanalistas tenemos hoy, frente a las controversias, las objeciones y los embates que recibimos desde distintos lugares –tanto desde dentro como desde fuera del psicoanálisis– y pienso que algo de lo que plantearon mis colegas tiene que ver con una responsabilidad, que implica una posición del psicoanálisis y del psicoanalista frente a su propio saber y a los de otras disciplinas, (creo que varias de las intervenciones acentuaron esta cuestión).
Yo había traído una cita de Freud, que me interesa por la actualidad que tiene respecto de la posición que él sostuvo frente al saber. Y frente a la ciencia de la época. Es decir, si hay algo que Freud nos ha enseñado es a no banalizar, a intentar no banalizar, a intentar no convertir el psicoanálisis en un dogma cerrado o una religión, de los que ya se sabe lo que hay que decir. Y justamente él lo planteó como una posición de investigador –dejo para más adelante si es ciencia o no–, posición que me interesa ahora en relación al saber. Y el decía: “Solo puede pretender convencimiento quien, como yo lo hice, ha trabajado muchos años con el mismo material y ha vivido él mismo estas experiencias nuevas y sorprendentes. Ni por un instante se trata de un sistema especulativo, es mas bien experiencia, expresión directa de la observación o resultado de su procesamiento”. Freud rechaza las objeciones a la doctrina, atestiguando que estas son inaccesibles, tercas, dice: “me gustaría responderles, que si a costa de tantos trabajos, ustedes adquiriesen una convicción, les cabria el derecho de sostenerla con tenacidad, además puedo invocar en mi favor que en el curso de mi trabajo he modificado mis opiniones sobre puntos de vista importantes, sustituyéndolas por otras nuevas”.
Me parece que acá hay algo de la posición de Freud que sostenía que su saber era incompleto, que no podía convertirse en una cosmovisión, que partía de la experiencia y de una elaboración sobre la experiencia, que no tenia nada que ver con un ideal que había que transmitir ni sostener ni convencer, porque esta era su opinión. Freud primero, y creo que Lacan también, mantiene esa posición de estar muy cerca de la elaboración de un saber de la experiencia, que está en las antípodas, creo yo, de convertir al psicoanálisis en una religión, en una creencia o en un dogma a sostener. Y también muy lejos, y en ese punto coincido con lo que planteaba Ritvo en relación al arte, muy lejos de plantearse como quien tiene respuesta para todo. Me parece que si hay algo que se puede plantear para el psicoanálisis y para la responsabilidad de los analistas, es la posibilidad de situar los límites de su saber. Entender en que campo el saber psicoanalítico opera, donde tiene sus límites, en que punto puede entrar o no en una interlocución con otros saberes, que puede aportar y que puede aprender.
Y me parece que eso marca una posición, que creo que es la que habría que intentar frente a las controversias, y es la de un psicoanálisis y psicoanalistas, no infatuados ni creídos de que “se las saben todas”. Me parece que parto de acentuar la posición, por que lo otro es el riesgo de convertir el psicoanálisis en un prejuicio más. Ahora, el problema es que esto suena bien, pero hay una exigencia, que es la exigencia de poner a prueba los saberes. Es decir que hay algo que la sociedad actual nos pide.
Yo me preguntaba al pensar en el titulo, ¿cuales son las certezas y cuales las controversias mas actuales? ¿Tenemos algunas certezas? Y cuales son las controversias que en este momento se abren y exigen que nosotros podamos hacer un trabajo de dar cuenta de que es lo que hacemos y de los alcances del psicoanálisis.
Hay varias y voy a empezar por una que me parece que es bien actual, y son las objeciones que se le hacen al psicoanálisis. Hay una pregunta por la eficacia, y hay una pregunta por la eficacia en el tiempo, es decir, algo que implica un punto de controversia importante y bien actual. Se dice: “ustedes pueden prometer tratamientos largos y eso no va para esta época”, me parece que ahí hay un punto de controversia y debate importante, que pasa por situar como pregunta, como eje de la cuestión, por donde pasa la divisoria de aguas entre lo que se sostiene en el psicoanálisis como posibilidad de eficacia, y donde las exigencias actuales que se le hacen al psicoanálisis respecto de la eficacia corren el riesgo de pensar un psicoanálisis mas medicalizado, es decir, pensado con una lógica diferente de la que el psicoanálisis sostiene para dar prueba de sus resultados. Me parece que ahí hay debates y controversias internas al psicoanálisis, así como hay intentos y necesidad de responder a las objeciones de la sociedad. Dentro del psicoanálisis hay algunas posiciones que me parecen riesgosas, las que intentan responder a estas controversias desde los argumentos de la ciencia positiva, que plantean que para adaptarse a los tiempos actuales los psicoanalistas tendrían que recurrir a la investigación científica en los mismos términos en los que se plantean como ciencias experimentales; y que para poder dar cuenta de la eficacia, habría que primero preguntarse cuales son los objetivos que se busca producir, y medir si estos se han logrado o no.
Ahí me parece que estamos en un punto de controversia álgido y crucial, porque me parece que por ahí pasa la subversión del psicoanálisis, el punto de ruptura, tanto con la ciencia entendida como ciencia positiva, como con la reducción del psicoanálisis a ser una curación más. Me parece que si hay algo que yo planteaba como una certeza, una certeza siempre en cuestión en todo caso, hace a un punto duro del psicoanálisis, de las hipótesis psicoanalíticas, y me parece que justamente lo que el psicoanálisis descubre, es que allí donde el síntoma quiere ser eliminado porque molesta, para el sujeto es una solución. Y que hay un punto, yo diría fuerte de la producción del psicoanálisis, a verificar, a demostrar, que implica pensar la lógica de la producción del sujeto. La condición del hablante, de los seres parlantes afectados por el lenguaje confrontan a cada uno de esos sujetos que somos, con el encuentro, con situaciones traumáticas, donde el punto traumático crucial es lo que no tiene respuesta, el punto de incertidumbre, lo que no hay. Me parece que frente a esa perspectiva, frente a lo insoportable de eso, cada sujeto a lo largo de su vida ha encontrado soluciones diversas, y justamente si hay algo que creo que el psicoanálisis tiene que preservar es que no se trata de darle la buena solución, sino de acompañarlo en la revisión de las soluciones por las que padece –porque cada uno se ha inventado alguna solución frente al encuentro con lo traumático- y encontrar los caminos posibles que cada uno encuentre para soportar lo traumático. Este es un punto crucial porque marca una diferencia con lo que aparece mas claro del lado de los intentos de medicalización, “le doy la pastillita y ya está. Si se angustia desangustiemoslo. Si tiene un síntoma saquémosle rápidamente el síntoma.”
Porque hay una cuestión ética que implica repensar cuales son los fines que se propone el psicoanálisis. Me parece que dar cuenta de eso se puede lograr a través de, como decía Freud: “el trabajo que podemos hacer en nuestra propia practica”.
Yo decía que las controversias pueden tener una función de despertar, a veces cuando uno habla el mismo lenguaje que el otro creo que está todo sabido y uno se aburre, se duerme, no se plantea problemas. Y de algún modo, cuando se nos plantean objeciones, eso puede despertar. Puede despertar si no dejamos que la controversia se plantee en un punto de esterilización. Porque cuando empiezan a aparecer como “saberes” que enfrentan fracciones o grupos, y se hacen, más que saberes a producir y a cuestionar e interrogar, banderas en nombre de si lo mío es mejor que lo tuyo. Ahí no hay saber que se pueda producir con rigor y con seriedad. Me parece que en ese punto Freud se negaba a las polémicas, el decía, “nosotros lo que hemos hecho es desarrollar nuestro trabajo, formar nuestra gente, investigar en nuestro propio camino, y no andar todo el tiempo queriendo convencer (la convicción en todo caso viene del propio trabajo)”.
Me parece que hay condiciones nuevas, que vivimos en ese punto un momento muy interesante para el psicoanálisis, y los psicoanalistas somos capaces de no cerrarnos sobre nosotros mismos y de poner a prueba, de poder interrogar nuestros propios conceptos, en condiciones distintas, en dispositivos diferentes, a la luz de los cambios que ha producido la cultura en la subjetividad de la época pero manteniendo algunos principios. Me parece que el riesgo sería concederle a la ciencia una respuesta en términos que pierdan la especificidad del psicoanálisis.
Quiero decir una cosita más respecto del tiempo. Decía que una de las controversias fuertes era sobre el tiempo. Hay que retomar esa cuestión, porque Freud (y Lacan también) decía: no se puede anticipar el tiempo. Pero no poder anticipar el tiempo no quiere decir que los efectos necesiten de un tiempo interminable. Me parece que ahí tenemos que pensar nosotros mismos en que punto una intervención puede ser analítica, aunque sea en un encuentro. Freud ha dado cuenta de encuentros con determinadas personas y donde había hecho una intervención que había producido un efecto, no será todo el recorrido, pero quien puede asegurar la finalización de un recorrido. Y creo que hay efectos que se sitúan en esta divisoria de aguas en donde uno puede recibir a alguien que le quiere enseñar a vivir mejor, o puede encontrarse con alguien que puede escuchar la lógica de la solución de cada uno, en poco tiempo.
Lo último, una experiencia que a mi me interesó particularmente, compartir hace un tiempo una mesa con una controversia, de la objeción que hizo el ministro Ginés a si el psicoanálisis servía para los problemas sociales. Una de las cosas que Ginés planteaba era que el psicoanálisis se ha ocupado de lo individual y no de lo social. Me parece que ahí hay todo un tema a desarrollar y a sostener en las controversias, que es recuperar esa dimensión que está en Freud, en Lacan, y que implica que no se puede pensar al individuo fuera del lazo social ni tampoco por fuera de los efectos que en la constitución de cada sujeto tiene la cultura y la relación con el otro. Que no se puede decir, “ocúpense ustedes del individuo y déjennos a nosotros ocuparnos de los vínculos”. Porque no hay posibilidad de pensar el psicoanálisis si no es en la inserción que ese sujeto tiene en la cultura y los efectos que recibe de la cultura.
Sergio E. Visacovsky
Lo que voy a decir me parece que va a presentar algunas disonancias con cosas que se han dicho aquí, y quizás también algunos puntos de convergencia.
Voy a presentar algunas cosas en las que vengo trabajando hace un tiempo, así que lo mío va a ser todavía un poco más acotado y limitado. Y lo que si, como soy alguien que proviene de otro país[1], les pido cierta tolerancia, cierta indulgencia.
En principio el titulo de este panel parece evocar un tema bastante conocido en relación con las discusiones en torno al estatuto del psicoanálisis, en su mayoría provenientes, como ya se ha dicho, desde fuera del mismo: ¿en que medida el psicoanálisis constituye o no una forma de conocimiento valido? También el panel atañe a cómo el psicoanálisis enfrenta estos cuestionamientos, participando en debates públicos e, igualmente, cómo podría interrogarse sobre su propia teoría y practica. Una de las críticas externas más antigua es aquella que tipifica al psicoanálisis como creencia y religión, esto también ya se ha dicho. En particular, apoyada en la premisa de que el psicoanálisis es refractario a las críticas, las cuales son invariablemente leídas como resistencias, en la medida en que toda refutación seria interpretada desde la teoría psicoanalítica, y esta se independizaría de las exigencias empíricas, volviéndose un asunto de creencia antes que de ciencia. Por este camino o similares, autores como Borch-Jacobsen -que tuvo bastante presencia mediática el año pasado por un articulo publicado en La Nación-, Jacques Bouveresse, Catherine Meyer, Popper, Jacques Van Rillaer y Wittgenstein procuraron y procuran denunciarlo como no científico, o simplemente sin auténticos créditos cognoscitivos, postura basada en la oposición entre ciencia y religión, o mito/creencia/ideología, ya que lo que pretenden es establecer un limite entre formas de conocimiento validas y no validas. Sin embargo, esta perspectiva es difícil de aceptar para un antropólogo, que es lo que soy yo. La distinción entre ciencia y creencia puede ser útil, creo yo, en ciertos análisis, pero inservible cuando necesitamos comprender cómo cualquier sistema de ideas es aceptado y practicado por la gente. Así, como sucede con la física, la medicina, o la antropología, el psicoanálisis, como ellos, es un producto histórico y socialmente situado, y no tiene ningún estatuto privilegiado, es imaginado producido y actualizado en condiciones históricas y sociales específicas. Si yo no partiera de esta premisa, no podría hacer investigación social sobre el psicoanálisis. Ustedes saben que los antropólogos nos convertimos en expertos estudiando grupos o poblaciones especificas. A mi me ha tocado en suerte, hacerlo con parte de los grupos y poblaciones que se definen como psicoanalíticas en la Argentina, así como otros colegas míos han trabajado con matacos, tobas, etc. He llegado a conocer algunas de sus formas de organización social, sus modos de supervivencia, sus maneras de legitimación, su socialización, creencias, tradiciones, mitos, rituales. Una vez que se ha decidido estudiar estas poblaciones psicoanalíticas desde un punto de vista antropológico, difícilmente podamos hablar del psicoanálisis, como una entidad homogénea, universal e inmutable. Ciertamente, todos aquellos que llevan a cabo una práctica que denominan psicoanalítica, parten de la certeza de estar practicando un psicoanálisis autentico, en contra de sus formas espurias. Del mismo modo, todos deben sentirse de alguna forma legítimos descendientes de Sigmund Freud, en una genealogía que une Viena con Buenos Aires. Los antropólogos tendemos a ver estas afirmaciones de autenticidad y pureza como construcciones sociales, como recursos que establecen limites, formulan selectivamente relatos sobre el pasado desde el presente, definen identidades y confieren legitimidad a las practicas. Por ende procuramos más bien hablar de las múltiples formas que adopta el psicoanálisis en tanto practica social, las cuales no sólo inciden en el contexto particular en que se difunden, sino que, al mismo tiempo, son moldeadas por las peculiaridades sociales y culturales de dichos contextos.
Por esta razón, yo tengo una perspectiva particularista de la práctica psicoanalítica, aun cuando hay aspectos comunes universales a su práctica, que pueden ser fácilmente detectados, y de seguro tienen sus efectos. Y yo voy a insistir bastante en que poco podemos entender de las prácticas psicoanalíticas en la Argentina sino las pensamos cómo productos singulares pero inteligibles contextualmente. También los antropólogos tratamos de abordar las poblaciones que estudiamos a partir de una problematización de nuestro grado de familiaridad o lejanía respecto a las mismas. En tal caso, yo no puedo dejar de estar aquí hablándoles a ustedes sino como alguien que practica el psicoanálisis, y lo practico en tanto paciente; condicionado por el hecho que espontáneamente le doy sentido a varios de mis malestares y sufrimientos cotidianos en términos de males psicológicos, apelando a un vocabulario que identifico –como no podría ser de otro modo- como psicoanalítico. Y suelo hacer lo mismo en relación con los demás, en las charlas de amigos, e incluso en las relaciones profesionales y laborales. Esto tiene unas consecuencias terribles. A veces me veo en estas situaciones pacientemente, profiriendo cada tanto un “ajá”, y tratando de detectar relaciones insospechadas por mis interlocutores. Como para gran parte de los argentinos autodefinidos como clases medias, el psicoanálisis es uno de los lentes culturales a través de los cuales enfoco la vida. ¿Que quiero decir con esto? En primer lugar, que el psicoanálisis tiene un lugar en varias partes de nuestro país que no posee en otras latitudes –he aquí un rasgo de su singularidad–, por lo tanto, que en otros lados las cosas son distintas. Segundo, que este lugar es fruto de procesos históricos específicos que es necesario entender: las cosas en nuestro país bien pudieron ser diferentes. Y tercero, que ha pasado a integrar para muchos de nosotros el conjunto de las convicciones colectivas profundas que dan sentido a aquello que entendemos como “personas”, o que lisa y llanamente construyen nuestra idea de lo que es una persona.
Uno de los efectos que posee la instalación de este lente es que si bien es un producto de la difusión y afianzamiento del psicoanálisis en tanto practica profesional, esta a su vez termina siendo afectada por su transformación en una red interpretativa cotidiana. Siempre recuerdo (mentira, más bien olvido siempre), una temprana investigación que hice hacia 1985, donde trataba de entender el boom del ingreso a la carrera de psicología en la UBA, y me sorprendía por cómo la mayor parte de los ingresantes tenia una nítida imagen de su futuro profesional, centrada en un cierto estereotipo de la práctica psicoanalítica. Aclaro que este funcionamiento del psicoanálisis como lente cultural no puede ser visto como un efecto no deseado de la difusión, o una molestia a extirpar. En lugar de someternos al imperio de las normativas sagradas, lo que debemos hacer es estudiar estos aspectos en tanto uno de los modos reales de existencia del psicoanálisis. Es esta objetividad cultural en tanto trama cognitiva y simbólica la que nos va a informar respecto a nuestras certidumbres, en la que va a descansar, por ejemplo, la opción de qué se discute y qué no, quién puede ser un interlocutor aceptable y quién no. En el curso de mis investigaciones siempre me han interesado las controversias, los debates, las polémicas producidas dentro del mismo campo psicoanalítico (además es mucho mas interesante cuando hay lío, ¿no?). Precisamente es a través de ellas que podemos ver los alineamientos, la lealtad, las invocaciones a la autoridad, lo tolerable y lo inadmisible. ¿Qué debates, polémicas, controversias, debe ser consideradas como tales? Para mi, todas. Aquellas que leemos en las revistas psicoanalíticas. Aquellas que pueden darse en ateneos, jornadas y congresos. Pero también las que se dan en un café, las que se le confiesan a un antropólogo, confidente (como yo), o las que directamente se evitan. Todas, para mi enfoque, son significativas y relevantes, no hay mejores ni peores, ni auténticas ni falsas. Para el antropólogo, todas expresan genuinamente el campo. Por esta razón, y desde este enfoque, quiero referirme aquí a un episodio que registré entre fines de los años ochenta y comienzo de los noventa.
Hacia 1988, yo visitaba un servicio de salud mental hospitalario, del que participaban semanalmente casi 200 profesionales, la gran mayoría psicólogos. Al poco tiempo, entendí que esa cantidad de psicólogos no respondía solamente a atender la altísima demanda de pacientes. El servicio se había constituido en un lugar de formación y trabajo anhelado, merced a un prestigio basado en la abundante oferta de educación psicoanalítica, según me decían, lacaniana. Y esta misma perspectiva es la que campeaba en la atención clínica. Por esta razón es que vivían interrogándose por el sentido de su práctica: ¿Es posible hacer psicoanálisis en el hospital? ¿Qué ocurre con los tratamientos cuando no hay circulación de dinero? ¿Puede la formación recibida ser una forma de pago a los psicoanalistas? ¿Cómo afrontar las deserciones imprevistas de los pacientes? ¿Puede desenvolverse un tratamiento cuando existe una transferencia con la institución y no con los profesionales? Estos interrogantes se planteaban en cuanta oportunidad existiese, desde reuniones informales hasta eventos académicos. Mientras tanto, cada vez que tenía ocasión de conversar con los psicoanalistas, recibía concluyentes declaraciones tales como: el psicoanálisis nada tiene que ver con al salud publica, pues esta supone que alguien, el Estado, sabe qué es lo bueno para la población, y el psicoanálisis prescinde de saber que es lo bueno para otro. O: es imposible prevenir la enfermedad psíquica, pues por definición el inconsciente es imprevisible, y cada situación es singular. O: la situación económica de nuestros pacientes no es de nuestra competencia, porque nosotros nos interesamos por su situación subjetiva. O: finalmente, nada podemos hacer frente a la disercion de los pacientes, quedarse o irse es su decisión, deben entender que esto es un tratamiento psicoanalítico.
En ese contexto, un grupo de atención se había transformado en el más notorio, el más buscado, numeroso, el que trabajaba en el sector de los consultorios externos, atendiendo de forma ambulatoria la demanda de los pacientes considerados adultos. Si alguien hubiese dejado de visitar el servicio entonces y hubiese retornado tres años después, se hubiese encontrado con cambios rotundos e inesperados. El grupo de atención mencionado, había atravesado una profunda crisis, debido al enfrentamiento de su sector mayoritario (de orientación lacaniana) con otro mas reducido y ecléctico. La razón del conflicto residió en inconciliables posturas ante la altísima demanda cotidiana de pacientes. Esto no era un problema nuevo, y ya en las décadas pasadas había exigido replantear posiciones consideradas más apropiadas para el trabajo en el ámbito del consultorio privado que en el público. Así, la reducción de la frecuencia semanal de sesiones, o de la duración de cada una de ellas, o del tiempo total dedicado a un tratamiento, así como la aplicación de psicoterapias de grupo, fueron algunas de las soluciones desarrolladas en los años 1960. Ahora, en los albores de los 1990, la salida ideada consistió en diferir los turnos antes que modificar las normas de atención y admisión. No conforme, la dirección del hospital exigió medidas más drásticas. La fracción minoritaria acordaba con las peticiones de la dirección, sosteniendo que si bien el alto número de pacientes constituía un serio inconveniente, las posturas de la mayoría, que consideraban intransigente, impedían adoptar respuestas más eficaces. A su vez, esa fracción mayoritaria rechazaba las acusaciones, prefiriendo presentarse como defensores de una posición psicoanalítica a la que no debía renunciarse bajo ningún punto de vista. Para ellos, eran las condiciones de trabajo las que no posmilitaban el ejercicio del psicoanálisis para la gran mayoría de los pacientes. Aunque esta fracción realizó algunas concesiones para agilizar la tensión y así aliviar las tensiones existentes, luego de muchas discusiones peleas e intrigas, el conflicto culminó con sus renuncias masivas, en partes voluntarias, en parte consecuencia de la presión de jefaturas hospitalarias.
Posterguemos por un momento preguntarnos quien tenía la razón, y veamos si mas allá de la pregunta (necesaria cuando uno es miembro del campo) podemos aprender algo de todo esto. A la fracción tildada de lacaniana, le endilgaban dogmatismo, aunque al final esta fracción pudo realizar concesiones para subsistir en ese espacio. Durante el tiempo en que esta fracción ejerció el control, sus miembros se encargaron efectivamente de reproducir en el contexto hospitalario algunos principios clínicos, formativos y organizativos aprendidos en su institución psicoanalítica. Por su parte, la fracción triunfante, ya sin oposición, redujo drásticamente el número de sus integrantes a solo 4 profesionales rentados, y cerraron el ingreso de los visitantes durante un tiempo, y cuando decidieron reabrirlo incorporaron a 12 profesionales nuevos, los cuales debieron sortear exigentes entrevistas para constatar su afinidad con las perspectivas de la nueva conducción.
La controversia inmanente al conflicto podría ser vista como un par de imputaciones opuestas: “Ustedes no entienden el psicoanálisis” vs. “Ustedes no entienden el trabajo hospitalario”. Pero ambas fracciones se definían como psicoanalíticas, y ambas defendían el trabajo hospitalario, pero evidentemente tenían modos diferentes de definir la relación del psicoanálisis con el hospital, o en otros términos, de hacer “psicoanaliticamente aceptable” el espacio hospitalario. Desde mi punto de vista, esta tarea de conversión del espacio hospitalario en psicoanaliticamente aceptable, sólo podía realizarse sobre la base de satisfacer reglas de pureza.
De acuerdo a la antropóloga británica Mary Douglas, las atribuciones de pureza y contaminación constituyen un recurso que le permite a un grupo social diferenciarse, estableciendo limites con otros grupos que, así, se transforman en antagónicos. Estos grupos, sus territorios y las fronteras que los separan se tornan peligrosos, por lo que el medio idóneo para la conservación de la pureza radica en reforzar y vigilar los limites. Y cuando las fronteras son rebasadas, y los antagonistas (la contaminación) han penetrado el cuerpo social, se imponen procedimientos de purificación del mismo, y para ello de llevan a cabo desde rituales específicos hasta castigos ejemplares, que concluyen con la redefinición de los limites anteriormente franqueados y la reafirmación del mundo amenazado.
Si analizamos desde este enfoque la crisis institucional en cuestión, la salida del servicio de la fracción imputada como lacaniana, constituía la precondición de la purificación del espacio hospitalario para la fracción triunfante, mientras que los que lo abandonaban con sus renuncias podían suponer que el servicio ya se encontraba corrompido y cada vez más lejano a su ideal psicoanalítico. A su vez, la fracción triunfante estaba defendiendo la pureza psicoanalítica, fortaleciendo el límite entre hospital público y psicoanálisis, mientras que la fracción saliente sostenía que la pureza psicoanalítica se afirmaba redefiniendo la práctica hospitalaria en términos psicoanalíticos. Ciertamente estas exigencias de pureza pueden rastrearse hasta los origines mismos del psicoanálisis, plagados de episodios cismáticos que cristalizaron la conformación de un campo internacional con una constante tendencia a la fisión. También, las relaciones del psicoanálisis con las instituciones asistenciales, médicas y de enseñanza, así como con el estado, podrían indagarse en los inicios de su emergencia, difusión y afianzamiento en Europa. Pero el modo, el contenido que adquirió el conflicto señalado, y desde ya sus condiciones de producción, han sido específicamente locales, y para ello me remito a algunas expresiones públicas de quienes participaron del mismo, vertidas en unas jornadas llevadas a cabo, tan solo un año después. Allí, el grupo triunfante no sólo mantenía los términos de su acusación contra el sector perdedor –dogmáticos–, sino que le agregaban un juicio nuevo, que quizás había permanecido latente hasta allí. Lo que había ocurrido en el servicio, decían, era la expresión de un pasado enquistado, que había que exorcizar, el del lacanismo como producto de la última dictadura militar. En lugar de ello, aseguraban que con su victoria y el desplazamiento de los lacanianos habían invertido el dominio de un tiempo fatídico, para restablecer un tiempo violenta e injustamente desplazado de dicho espacio, precisamente por la última dictadura de 1976, aquel caracterizado por el compromiso con los pacientes y con la salud pública. Con su acción, ellos habían puesto las cosas en su lugar, limpiando el espacio contaminado. Por su parte, los pocos representantes de la fracción saliente, sentados en el público, pidieron la palabra para defenderse. Ellos, decían, con su presencia le habían devuelto la voz a los pacientes, negada por la opresión de la dictadura. En concordancia con el mandato que venia desde los años 1960, ellos habían escuchado las voces de sufrimiento, cuando todas las otras formas psicoterapéuticas implantadas, precisamente en aquella década, habían sido arrasadas. Ellos, proseguían, habían sostenido esa década, y en el sentido original del espacio, como no lo habían hecho otros que habían sucumbido al discurso medico, el cual justamente había sido impuesto con al dictadura a través de un retorno a la psiquiatría asilar y las terapias biológicas mas groseras. Los dos sectores. en fin, apelaban al pasado para dar sentido a sus acciones presenten, pero lo hacían tratando de demostrar la no contaminación con el mal (la ultima dictadura militar) sino la pureza, léase una continuidad en relación con un programa humanista y políticamente comprometido y admisible desde 1983.
A través de la presentación de este caso, lo que quise llamar la atención, es cómo los contextos específicos configuran expresiones particulares del psicoanálisis. Y de tal modo, muchas de sus certezas y polémicas podrían ser mejor entendidas prestando atención a dicho vínculo, que no digo que sea el único. Antes que remitirme al sagrado tribunal de la historia psicoanalítica europea y norteamericana, las disputas psicoanalíticas (sobre qué es psicoanálisis verdadero) y las críticas externas (sobre el psicoanálisis como “falsa ciencia” o “simple religión”) fracasan al no poder verlo como una práctica social. Esto implica tomarlo tal como se presenta en cada contexto específico, e interrogarse respecto a cómo dicho contexto lo constituye, lo redefine o actualiza. Esto significa que necesitamos entender por qué una particular versión es aceptada por expertos, pero también por legos. Como lo sostienen la sociología y la etnográfica de la ciencia, las ideas psicoanalíticas llegan a ser categorías culturales que ejercen su influencia en la vida cotidiana. Un paso más seria, quizás, considerar cómo particulares ideas acerca de la moralidad, el sexo, el genero, el parentesco y el poder, generan y dan sentido a las más variadas formas psicoanalíticas.
[1] El ponente alude aquí a su carácter de “no psicoanalista”.
Carlos Brück
Mis comentarios van a tener un límite que es también la oportunidad que se presenta aquí de desarrollar y confrontar las diferentes cuestiones que se han planteado.
Mi posición es la de un comentarista, en el sentido de alguien que se coloca como si estuviera haciendo anotaciones en el margen de las páginas de un libro.
Pero cuando sucede esto en un panel como el de hoy, donde no hay lectura previa, no hay libro donde anotar, lo que va a hacer falta es escuchar lo que se plantea en el momento.
Nos vamos a encontrar entonces con el dispositivo de la repentización, el contrapunto, la payada –el Martín Fierro: “vengan santos milagrosos, vengan todos en mi ayuda”-.
Por esto mis comentarios van a partir de las dos vertientes, pero anticipo algo: como psicoanalista, no me interesa la defensa de una corporación, sino en todo caso respaldar la posición de Proyecto al Sur, la posición con la que se ha convocado este panel, que implica dejar de lado cualquier oportunismo, cualquier lectura cerrada que termine desaprovechando –y esto sería deplorable- la oportunidad de establecer un debate.
Solo poniendo a prueba ciertas cuestiones es que se podrán despejar imaginarios y trivialidades, autocomplacencias y expectativas de mercado. Por todo esto los he titulado (una trilogía) “Nada, lo que hubo, lo que hay”.
Estuve a punto de utilizar otro titulo: “Caballos sueltos en la vía pública” y les explico porqué: en el diario de mi ciudad natal, como en otros diarios de ciudades del interior, sucedía algunas veces que no había noticias ni avisos suficientes para llenar la página y quedaba un vacío. Entonces se recurría a una fotografía que mostraba un caballo caminando por una ruta. La imagen tenia diferentes tamaños según la medida del hueco y se titulaba siempre “Caballos sueltos en la vía pública”.
De acuerdo a esa nada tipográfica, como diría mi amigo Héctor Libertella, es que me propongo relanzar mis comentarios.
Me parece que la cantidad de noticias sobre la declinación del psicoanálisis tiene alguna relación con la medida del vacío, pero en un doble sentido. Por un lado el vacío temático, en donde empieza un encadenamiento. Aparece un texto, por lo general en una revista o medio extranjero y luego se reproduce en otros medios con opiniones locales, estadísticas globales, etc.
Pero tomar solamente este sentido sería convertir en banal lo que estamos intentando que sea un parte de situación. También, el vacío aparece como significado de exclusión, significado intensamente ligado a las condiciones actuales del malestar en la cultura.
Y las necesidades de un mercado, de una feria que se propone innumerables ofertas, y en la que algunos puesteros antiguos (también psicoanalistas, ¿porque no?) tratan de mantenerse firmes en su lugar confundiendo instrumentos con conceptos.
Pero también creo que pocas veces ha sido tan sustraído el debate conceptual con una formula, que con la intención aparente de economizar energías (es tan importante ahorrar, economizar, saltar adelante, etc.) descalifica toda proposición de saber, colocándole el rótulo de anticuada o propia de otra época.
Como si Antígona en lugar de ser una poderosa argumentación sobre el poder y el destino, fuese nada más que una obra en verso de acuerdo a las costumbres griegas. Pero ya sabemos, y cito algo que Marita Manzotti dijo hoy, y es que “el discurso de los hechos construye el significado de los mismos”.
Por todo esto me pareció oportuno, ya que en un comienzo hablaba sobre los medios y el decir de los medios (“caballos sueltos en la vía pública”), que mis puntuaciones fueran brevísimas, para después comentar también brevemente algunas cosas que se empezaron a plantear.
Decidí que mis módicos comentarios fueran sobre algunos textos y artículos que con mi nombre se publicaron en distintos momentos, pero no teman, que esto va a ser muy corto.
El primer fragmento es una curiosidad histórica. Este texto apareció en un medio de los que se llaman de difusión masiva, hace más de quince años. En ese momento decía: “Con mas frecuencia que buena voluntad, suele decirse que el psicoanálisis atraviesa una seria crisis. Esta afirmación parecería nutrirse de argumentaciones diversas, que oscilan desde algunas pintorescas o silvestres hasta otras fuertemente impregnadas por conceptos teóricos opuestos. En este ultimo caso la táctica consistirá en citar estadísticas, practicas alternativas, adelantos tecnológicos, para anticipar así, declamatoriamente, la declinación y caída del psicoanálisis”.
Pero el psicoanálisis –y esto lo plantearon varios en el panel– no se propone explicar todo, ni hace suya la aspiración de responder a todas las cuestiones de la vida humana. En lugar de ello reclamará para sí (o debería hacerlo, ya que no siempre lo ha hecho) un territorio donde ubicarse como una practica, una clínica, una teoría del inconsciente, pero de ninguna manera, un repertorio de posiciones que con maneras casi imperiales se aplicaría en cualquier espacio ofertado.
Es probable, decía hace quince años, “que cuando se hable de la crisis del psicoanálisis, se hable desde este equívoco y que en realidad solo esté en crisis la fantasía de considerarlo una panacea o una doctrina universal capaz de pontificar, y a la que podrían solicitársele respuestas establecidas. Si tal como suponemos solo se tratase de esta declinación, seguramente algo saludable esta sucediendo, tanto para unos como para otros”.
Si esto fue hace años y habla de que la cuestión que planteamos hoy tiene su antigüedad, quiero citar brevemente otro texto aparecido hace dos meses, donde la única modificación que hicieron fue agregarme el titulo de doctor, término que yo no escribí. “La anunciada muerte del psicoanálisis ha construído un argumento que propone una versión del padre de esta teoría como si fuese un prestidigitador de datos, ocultista de historias, actor de dramas de celos profesionales. Cuando esto puede desembocar en un relato demasiado sobrecargado se lo abisagra a razones clínicamente impropias: “son necesarios tratamientos que vayan al centro de la cuestión”. Ahora, después de esto sobrevienen las buenas maneras: “esto no quiere decir que el psicoanálisis no haya sido un excelente método de investigación”. Y concluyo: “Prefiero quedarme con una afirmación freudiana: “el psicoanálisis fue descubierto en medio de los esfuerzos por socorrer a los pacientes. Continuaremos entonces en la ciudad, entrometiéndonos donde los motores de la realidad se recalientan y el padecimiento del sujeto se escucha inevitablemente”.
He hecho algunas anotaciones muy breves sobre lo que fueron comentando los panelistas, tomando algunos puntos, algunas digresiones.
Me parece que Catalina Winderbaum citó muy oportunamente lo que es el acontecimiento, como diría Juan Ritvó, de encontrarnos aquí. Y mencionó algo que me parece muy importante, que es la palabra en descrédito. Recuerdo un texto de García Márquez, que he citado y vuelvo a citar que se llama “Botella al mar para el dios de las palabras”.
Y ahí García Márquez plantea que no es que nos falten palabras, estamos sobrecargados de ellas, de una banalizacion de las palabras. Cuando Juan Ritvó hablaba de psicoanálisis y arte, entró por diagonal en la cuestión y desgarró lo que sería lo previsible. Recordaba que hay un procedimiento del psicoanálisis aplicado, del malhadado psicoanálisis aplicado que es el arte de la disección, o sea, La lección de anatomía de Rembrandt. Un cuerpo extendido y un grupo de médicos que miran con curiosidad y con ciencia. Miran que es lo que pasa en el interior de aquel cuerpo.
Por otro lado esto de Hamlet, de porque una tragedia dura lo que dura, me recuerda un comentario de Giancarlo Giannini a mi amigo Geno Díaz (con quien hace unos cuantos años escribimos un libro): “Lo que pasa es lo siguiente-decía Giannini- el teatro isabelino se hacía en lo que era un circo, y la gente ahí negociaba, vendía cosas, mostraba caballos, y a menos que hicieras una obra muy fuerte con mucha sangre, muchos gritos y mucha pasión, nadie le daba bola, por eso estaban tan cargados esos dramas”.
Pero me parece que hay otra cosa que plantea Juan y retoma Eduardo, y es la terrible impropiedad conceptual de cualquier lectura que solamente sea literal. Y en ese sentido recuerdo no a un analista, sino a un escritor, que hace unos cuantos años decía “que es esto que el psicoanalista esté sentado y el paciente recostado; cambiemos las cosas, que el analista este recostado y el paciente por encima”. Lo mejor de esta persona son sus textos y narrativa, pero también había allí, de otro lado, una literalidad.
Pensaba en algunas cosas que había dicho Eduardo, y si, el único premio que recibió Freud en vida fue el premio Goethe, este premio fue curiosamente a la cualidad literaria de sus obras, no a su construcción científica, y Freud decía: “mis historiales parecen carecer del severo sello científico que se acostumbra, pero eso no depende de mi, sino del material en cuestión”. El material en cuestión es algo que no depende de Freud ni de nadie, y es el andar del inconsciente.
Me emocionó esta cuestión de los sordomudos, porque habla de algo que es leer inter dictum, esa lectura que va allí donde hay algo que está cancelado en su decir. ¿El psicoanálisis es una ciencia? Me parece muy apropiada la pregunta de Eduardo, porque yo diría que en todo caso habría que recuperar algo de lo que tiene el termino “esotérico”, pensado desde mí, esto es algo que yo planteo, no quiero hacer participar a otros, y es que el psicoanálisis es el relato construido con lo riguroso incierto. Lo riguroso incierto. Esto de la vinculación que implícitamente plantea Eduardo entre Lacan y Descartes es inevitable. Todos los intelectuales franceses, a favor o en contra, le hablan a Descartes y Lacan también.
En relación a lo que planteaba Sergio, quiero acotar que es uno de los que mas ha aportado para definir el tema de esta mesa y que ni el ni Eduardo pertenecen a la parroquia psicoanalítica, bienvenido eso porque parte de una política textual de la Fundación.
Yo diría que lo que Sergio plantea tiene un formato similar al de una serie televisiva de hace muchos años, en su época de blanco y negro: Dimensión Desconocida.
Esa serie tenía un rasgo unitario, que se presentaba en todos los capítulos: había un momento de extrañamiento. Había una situación, una circunstancia, un conflicto, y de repente cámara, guión y personajes eran tomados a distancia, y creo que en lo que Sergio ha planteado hay algo de eso. Es cierto, el psicoanálisis tiene en nuestro país una dimensión que no tiene en otros lugares. Para hablar mas sobre esto, los remito al Volumen 3 de MalEstar, donde en el editorial se plantea una cuestión de señas y contraseñas, suceden aquí cosas que no suceden (dentro del margen de referencia del psicoanálisis) ni en el Bronx ni en Versalles.
Pero también pasa que el psicoanálisis no es una práctica para la clase media, en ese sentido el psicoanálisis se practica en centros de salud en Ciudad Oculta, en la atención a veteranos de guerra, en fin, no es una práctica que en estos momentos pueda remitirse a un ejercicio complaciente de la clase media.
Por ultimo, tomando en cuenta lo que decía Adriana, me pareció impecable esto de dar un paso en cuanto a la cuestión del saber. Si, creo que es importante recuperar para el psicoanálisis el que es, ni más ni menos, que una proposición de saber. En ese sentido, Freud es el que funda la posibilidad de la controversia, él ficcionaliza, inventa un dispositivo ficcional. En este caso se llamó el psicoanálisis profano, y él se imagina a un opositor que lo contradice todo el tiempo (cosa que a uno lo sacaría de las casillas, pero siendo Freud autor de uno y otro personaje, no). Pero va tomando ahí cuestiones que van dando lugar a lo que serían los efectos de la primera controversia en el psicoanálisis. Si el psicoanálisis es una actividad demasiado extensa en el tiempo, recordemos que en épocas fundacionales a contrapelo de lo que se supone, hubo una intervención, una intromisión analítica de Freud que fue magistral, un día, solo unas horas paseando con Mahler por un bosque y escuchando su padecimiento.
Y en estos tiempos, tan actuales, tan freudianos, creo que lo fundamental es -como lo estamos haciendo- avanzar en el debate y al mismo tiempo no dejar de intervenir, de entrometernos allí en donde los asuntos de la polis hacen oír su malestar.
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Carlos Brück. Es psicoanalista, Presidente de la Fundación Proyecto al Sur. Es autor de varios libros sobre temas del psicoanálisis, su clínica y la cultura.
Eduardo Grüner. Sociólogo y ensayista, profesor de Antropología del Arte y Filosofía Política en la Universidad de Buenos Aires y autor de varios libros.
Juan Ritvo. Psicoanalista y ensayista, docente en las facultades de Humanidades y Artes y de Psicología de Rosario y en la maestría en Filosofía de la Universidad Pontificia de Curitiba, Brasil.Autor de artículos y libros sobre psicoanálisis, literatura y filosofía, están a punto de aparecer dos libros de su autoría: Decadentismo, melancolía y Figuras del prójimo. Es miembro de la redacción de Conjetural y de Redes de la Letra, y miembro fundador de la institución Ensayo y Crítica del Psicoanálisis.
Adriana Rubistein. Licenciada en Psicología y Sociología. Es profesora adjunta regular en la Facultad de Psicología de la UBA en Clínica de Adultos y docente de posgrado en la misma universidad. Es profesora titular de Psicoanálisis en la universidad de Belgrano y de Psicopatología en la UCES. Directora de la Revista universitaria de psicoanálisis de la Facultad de Psicología de la UBA, docente y supervisora de hospitales municipales y analista miembro de la Escuela de Orientación Lacaniana y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis.
Sergio E. Visacovsky Doctor en antropología por la Universidad de Utrecht, Países Bajos, investigador del Conicet, Profesor del Departamento de Antropología en la Universidad de Buenos Aires y en la Maestría de Antropología Social del Instituto de Desarrollo Económico y Social (IDES) y del Instituto de Altos Estudios Sociales (IDAES). Es autor del libro “El Lanús. Memoria y política en la construcción de una tradición psiquiatrita y psicoanalítica argentina”, editado por Alianza en el 2002.
Catalina Winderbaum. Psicoanalista. Fue Codirectora de Asistempsia. Actualmente es miembro de la Escuela Freudiana de Buenos Aires y de la Fundación Proyecto al Sur.