Suturas generacionales de la subversión estatal

Rosana Guber

El término “memoria” que hoy inunda periódicos, ensayos y congresos, ingresó a las ciencias sociales designando a la vez una categoría de sentido común de los argentinos, y una categoría analítica de los investigadores sociales. Desde esta superposición se suele entender a la memoria como la capacidad de recordar hechos del pasado tal y como sucedieron. Así se desplaza la atención desde la “capacidad de recordar” al “ajuste del recuerdo con lo recordado”. Sin embargo, hay otras alternativas. Desde cierta perspectiva socio-antropológica “memoria” alude a los procesos de organización socio-cultural con que el pasado se invoca en el presente. En este caso la atención se posa con igual fuerza en los hechos objeto de recuerdo, y en los agentes de recordación mediados por nociones histórica y culturalmente específicas de olvido y memoria, tiempo, selección, registro y transmisión del pasado. La memoria como hecho social depende, pues, de “convicciones sustanciales de los miembros de la sociedad en relación a partes del pasado, así como de ideas generales acerca de lo que es históricamente plausible” (Peel 1984:112). Dado que esas convicciones son parte de las relaciones sociales en que intervienen los agentes, lo “históricamente plausible” queda siempre abierto a su redefinición (Trouillot 1995:13). En esta línea de pensamiento, el concepto “trabajo de la memoria” (memory-work, Küchler 1991:34) puntualiza el sentido procesual, culturalmente específico y agenciado de la memoria entendida como una dimensión nodal de la práctica política (Ibid.), aunque se exprese en otros lenguajes, como el religioso, el económico o el del parentesco.

En la Argentina gran parte de los estudios sobre la “memoria” buscó en los recuerdos de la gente al “pasado tal cual fue” para reconstruirlo y, sobre todo, para denunciarlo. Ello se explica en la necesidad de investigar la sistemática violación a los derechos humanos durante el terrorismo de estado ejercido por el Proceso de Reorganización Nacional (en adelante PRN) entre 1976 y 1980. Las investigaciones debían servir tanto para reunir evidencias sobre la represión y sus responsables, como para señalar un camino ético que asegurara su irrepetibilidad.

En este espacio quisiera sugerir que los trabajos de memoria encarados por muy diversos sectores de la sociedad civil argentina expresaron la carga ética en sus propios términos, condenando al Proceso no tanto sobre bases filosófico-morales o políticas sino imputándole la subversión de los principios básicos de la reproducción social. Argumentaré entonces que la sociedad intentó remediar esta subversión con una sutura, que llevó consigo un inesperado olvido.

I. Dos legados

El PRN legó al subsiguiente período democrático dos hechos aparentemente distintos. Uno fue la sucesión de secuestros clandestinos a población civil argentina y extranjera, bajo la acusación de presuntas actividades subversivas. La desaparición de las víctimas, su encierro en centros de detención no legales, y la aplicación de tormentos para lograr la delación de sus camaradas, culminando en la muerte no declarada ni legalizada, fue la mecánica de lo que el régimen denominó “guerra sucia” o “guerra antisubversiva”. Desde el golpe de estado (24/3/ 1976) hasta 1980 desaparecieron unas 30.000 personas, principalmente en el territorio nacional.

El otro hecho fue un conflicto armado entre la Argentina y Gran Bretaña por la soberanía de las Malvinas/Falklands e Islas del Atlántico Sur. “La guerra de Malvinas”, como se la llama en la Argentina, tuvo lugar en un par de archipiélagos en disputa, Georgias del Sur y Malvinas/Falklands, y en el océano circundante, entre el 2 de abril de 1982, fecha de la ocupación argentina de Port Stanley, y el 14 de junio del mismo año, cuando la Argentina se rindió a la Royal Task Force.

Cada uno de estos hechos produjo sus personajes emblemáticos. La guerra antisubversiva engendró a las víctimas que se conocieron como “desaparecidos”, y a sus reclamantes reunidos en organizaciones que tomaron el nombre de los lazos de parentesco que unían a los reclamantes con los desaparecidos: las “Madres de Plaza de Mayo” y las “Abuelas de Plaza de Mayo”, además de otras organizaciones de víctimas directas e indirectas de la política estatal. Estas organizaciones, de presencia valerosa y tenaz durante y después del PRN, conformaron el campo de la “defensa de los derechos humanos”. Por otro lado, y si bien las Fuerzas Armadas fueron las encargadas de lanzar la “recuperación” de las Malvinas, su personaje emblemático no fue el veterano de guerra profesional sino los conscriptos que, aún bajo bandera o repentinamente llamados a servirla, revistaron en el Teatro de Operaciones del Atlántico Sur. Qué tenían en común las circunstancias de su surgimiento y las formas de recordarlos.

II. Dos guerras, dos limbos

Las comandancias de las tres Fuerzas Armadas argumentaron que la antisubversiva y la de Malvinas fueron dos guerras, sólo que aquélla había sido una guerra irregular contra un ejército de guerrilleros que se camouflaba en la población civil, mientras la del Atlántico Sur era una guerra convencional contra fuerzas regulares actuando en representación de otro estado nacional.

Los primeros en advertir que la “antisubversiva” no había sido una guerra sino un plan de terrorismo masivo implementado por el Estado argentino contra ciudadanos inermes capturados en sus hogares y lugares de trabajo, fueron las organizaciones de derechos humanos que comenzaron a llamarla “terrorismo de Estado”. Por otra parte, durante la ocurrencia del conflicto sudatlántico, la población civil y el sistema político, aún bajo veda partidaria, coincidían en caracterizar la confrontación internacional como una “guerra” con dos bandos claramente identificados, en uno de los cuales operaban argentinos y, particularmente, soldados conscriptos. Por ellos sindicalistas, políticos, trabajadores, empresarios, organizaciones varias, colectividades extranjeras, exiliados argentinos en el exterior, presos comunes y políticos, aportaron ingentes recursos para sustentar a las tropas en el frente (Guber 2001). En esta guerra abierta, las Fuerzas Armadas argentinas combatían lado a lado con los civiles en el continente y en el archipiélago oceánico; a todos los reunía una causa de soberanía pendiente que gozaba del más amplio respaldo popular del que carecía “la otra guerra”. El silencio ante las desapariciones, muchas de ellas a plena luz del día, y todas dejando tras de sí su amplia estela de familiares, amigos y conocidos impactados por la repentina ausencia, no puede homologarse a la popularidad de la recuperación de Malvinas.

Esta condición se modificó abruptamente después de la rendición. Malvinas fue calificada como “aventura”, “fiasco” y “guerra absurda”, no como una guerra regular, y mucho menos por una causa justa. Ciertas anécdotas propagadas por vía oral a través de los soldados y aumentadas por los medios periodísticos, destacaban el maltrato de los oficiales y suboficiales a los conscriptos (castigos de crueldad desmedida por faltas insignificantes), el desvío de donaciones destinadas a las Islas para su venta privada, y la acumulación de alimentos en los depósitos de Puerto Argentino mientras las tropas pasaban hambre en el frente. Malvinas apareció desde entonces como un caso de abuso de militares ensoberbecidos y corruptos sobre jóvenes alistados y una población sorprendida en su buena fe (patriótica)1.

Pese a que los ex-soldados hicieron de su identidad de guerreros antiimperialistas una afirmación de la condición bélica internacional de Malvinas, la población civil hizo del ex-soldado una novedosa figura cuya característica principal era su difícil encuadramiento en el habitual sistema de clasificación de los argentinos. Esta característica se consolidó a partir de una incongruencia jurídica cuando los “soldados” pasaron a ser “ex-soldados”. Dado que aquellos muchachos cumplieron su conscripción a la edad de 19 y 20 años, a su regreso aún no habían adquirido la mayoría de edad que la ley argentina fija en los 21. De este modo, quienes habían portado armas de guerra eran todavía “menores”, lo cual les imposibilitaba, por ejemplo, disponer de su patrimonio (como las significativas indemnizaciones por incapacidad producida en combate). A esta indefinición entre la condición de “chicos” y la de “adultos” le siguieron otras: habían surgido de la dictadura pero crecerían y se organizarían bajo la democracia; sostenían una causa popular como antiimperialista y nacional, aunque dicha causa hubiera sido emprendida por un régimen retrógrado, represivo y aliado a los EEUU; regresaban a la vida civil provenientes de la vida castrense, habiendo participado de una guerra del mismo lado de los militares argentinos; en suma, los ex-soldados quedaban en un limbo de indefinición categorial, lo que la antropología llamó “liminalidad”.

La liminalidad es una fase intermedia de lo que el sociólogo Arnold Van Gennep identificó a principios del siglo XX como “ritos de paso”, instancias ritualizadas que establecen las sociedades humanas para canalizar y controlar profundos cambios que tienen lugar en la vida de sus miembros, y que podrían amenazar su continuidad y reproducción. Los ritos de paso como los asociados al nacimiento, la muerte, la llegada a la adultez, constan de tres fases: la “separacion” del individuo o del grupo, de la estructura social y las categorías culturales corrientes; la “liminalidad”, umbral o margen del sujeto transicional en una posición ambigua con “pocos o ninguno de los atributos del estado anterior o por venir”; y la “reincorporación” o reagregación del sujeto a la estructura social con las obligaciones y derechos de su nueva posición (1960). De estas fases la que recibió mayor atención fue la “liminal” por presentarse como una “no-condición” transitoriamente autónoma y hasta opuesta a las categorías sociales establecidas (p.e., ni vivo ni muerto, ni infante ni adulto). El antropólogo Victor Turner describió la condición liminal como un “estar ni aquí ni allá”, “en medio de posiciones asignadas y conformadas por la ley, la costumbre, la convención y el ceremonial” (Turner 1969:95-96).

Algo similar ocurrió con los “desaparecidos”, cuya reivindicación fue realizada por las organizaciones humanitarias desde la empeñosa negación de su muerte. Su condición incierta, manifiesta en consignas como “con vida los llevaron, con vida los queremos”, así como la renuencia de algunas organizaciones a la identificación de restos de NN enterrados en fozas comunes durante el PRN, ubica a los desaparecidos en el umbral de lo desconocido y de un pasaje no consumado.

En suma, los desaparecidos presuntamente muertos y los ex-soldados sobrevivientes comparten la condición liminal de su existencia social. A través de la figura del desaparecido y del ex-soldado, los argentinos concluyeron que bajo el PRN, el Estado corrompió un mecanismo básico para la reproducción de la sociedad, los ritos de paso a través de los cuales la sociedad se renueva constantemente, pese a sus constantes modificaciones2. Recurriendo a seres liminales, la sociedad condenó al Estado a la vez que se protegió a sí misma, depositando en los ex soldados maltratados y vilipendiados como “chicos” o “soldados demasiado jóvenes para combatir contra el ejército de la OTAN”, y en los desaparecidos como puras víctimas de sus verdugos, su propio silencio y también su respaldo a la causa malvinera y, por ella, el respaldo a un cruel régimen y su fracasada empresa.

III. Dos suturas

La sociedad intentó sin embargo superar la herida abierta, una condena eterna a la liminalidad. Para ello hizo centro en una característica no política sino social de las víctimas de los dos eventos: su pertenencia generacional como jóvenes, y por lo tanto, en su mayoría, su lugar de hijos y de padres jóvenes. Los “desaparecidos” eran fundados identitariamente como hijos, por las “Madres de Plaza de Mayo”, como “familiares” por otras organizaciones, y como padres, por las “Abuelas de Plaza de Mayo”. Entre tanto, los ex-soldados fueron inventados como “chicos”, esto es, como hijos de madres y padres durante el conflicto, como ahijados de “madrinas de guerra” durante y después de la guerra, y como hijos subalternos y hermanos menores, por parte de todos, incluso de las FF.AA. (Guber 2001). Su denominación de “chicos” los preservaba de ser responsabilizados por los errores tácticos, estratégicos y morales de sus conductores en el campo de batalla.

Fue en su calidad de “jóvenes”-desaparecidos y soldados-que los adultos reconocían no sólo la interrupción de ritos de paso a la adultez; también una brecha social en la continuidad genealógica. Así como las Madres de Plaza de Mayo denunciaban la ausencia de sus hijos, la sociedad y la prensa hablaron repetidamente de la pérdida de lo mejor de una generación cuando se referían a los ya ex-conscriptos entregados a la derrota. Pero alrededor de los 1990 esa brecha comenzó a ser suturada. En el caso de los desaparecidos, surgió una organización cuya denominación era una sigla que componía la palabra “hijos”. Puestos en la serie de las organizaciones humanitarias denominadas por el lazo de parentesco, estos hijos de desaparecidos siguen en secuencia genealógica a las Madres, las que a su vez parecen suceder a las Abuelas pese a pertenecer a la misma generación. Entonces, lo que en realidad es

1) Abuelas ———– Madres (son “Abuelas” las Madres que también bregan por la aparición de los hijos de sus hijos, nacidos en cautiverio y apropiados ilegalmente por el poder militar)

2) Desaparecidos (los hijos de las Abuelas y las Madres, ambas de una misma generación)

3) Sus hijos (los nietos de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, y los hijos de madre y/o padre desaparecidos transitoriamente o para siempre),

se recrea, desde los nombres de las organizaciones, en la siguiente continuidad genealógica:

1) Abuelas – 2) Madres – 3) Hijos, conformando un linaje matrilineal donde los HIJOS ocupan el lugar de sus padres, y la brecha creada por la ausencia de sus padres queda anulada.

En sus efectos, el caso de los ex soldados es similar. Habiendo nacido como “chicos” durante la guerra e inmediatamente después, los ya ex-soldados se constituyeron a sí mismos primero como “ex-soldados combatientes”, y desde fines de los `80 como “veteranos de guerra”. Este movimiento nominativo efectúa un tránsito de “chicos a veteranos” que no pasa por la plena adultez. Tanto es así que al comenzar su primer presidencia, C.S. Menem (1989-1995) afilió a los veteranos de guerra al PAMI, la obra social de los “veteranos” de la sociedad, los jubilados y pensionados. Por este abrupto pasaje que eliminaba etapas intermedias, los ex-soldados contestaron a la sociedad que los retuvo en su memoria como “chicos”, la manera legítima de cómo recordar los hechos de 1982. En este salto denunciaban, simultáneamente, que el rito de nacionalización masculina instaurado en 1901 por el Estado argentino, la conscripción, fracasaba rotundamente. Haber atravesado el servicio militar obligatorio en una guerra convencional, no los había hecho ni plenamente argentinos, ni plenamente adultos, ni plenamente hombres. Los ex-soldados seguirían siendo “los pobres chicos de la guerra” víctimas de sus superiores, y no guerreros contra el colonialismo inglés.

En suma, la creación de los “desaparecidos” y de los “ex-soldados” como dos figuras liminales procedió de y produjo la condena del régimen más cruel de la moderna historia argentina. Sin embargo, su inserción en una línea genealógica terminó cerrando una brecha que debió permanecer abierta, tanto por la brutalidad que le había dado origen, como por la convergencia social y política que alguna vez hizo a esa brutalidad posible.

Referencias

Archetti, Eduardo P. 1999 Masculinities. Football, Polo and the Tango in Argentina. Oxford: Berg.

Guber, Rosana 2001 ¿Por qué Malvinas? De la causa justa a la guerra absurda. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica.

Küchler, Suzanne y Walter Melion, eds. 1991 Images of Memory. On Remembering and Representation. Washington DC, Smithsonian Institution Press.

Peel, J.D.Y. 1984 “Making History: The Past in the Ijesha Present.” In Man 19(1):111-132.

Trouillot, Michel-Rolph 1995 Silencing the Past: Power and the Production of History. Boston, Beacon Press.

Turner, Victor 1969 The Ritual Process. Ithaca, Cornell University Press.

Van Gennep, Arnold. 1960 The Rites de Passage. Chicago: The University of Chicago Press.

Rosana Guber es antropóloga social argentina, investigadora del CONICET-IDES, coordinadora de la Maestría en Antropología Social del IDES/IDAES- Universidad Nacional de San Martín, y docente del Magister en Antropología Social de la Universidad Nacional de Misiones. Investiga temáticas relativas a la memoria social y la nación. Publicó varios artículos en revistas especializadas (European Review of Latin American and Caribbean Studies, Desarrollo Económico, Mana, Mosaicos, Publicar en Antropología y Ciencias Sociales, y el volumen ¿Por qué Malvinas? De la causa justa a la guerra absurda (Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2001).

1 Después del 14 de junio los dos eventos difícilmente se homologaban como “guerras”. En 1992 muchos militares en actividad o dados de baja entendían que “la verdadera” guerra había sido sólo la internacional. Incluso cuando en los `90s el presidente Carlos S. Menem intentó devolver la analogía denominando a militares y soldados “veteranos” de la guerra antisubversiva y de la guerra de Malvinas, haciéndolos desfilar en San Miguel de Tucumán por el aniversario del 9 de julio, la medida no sólo fue criticada de manera generalizada, sino que además no se reeditó.

2 Esta condición, a diferencia de otros seres liminales analizados por Eduardo P. Archetti (1999) como el “pibe” jugador de futbol, el jugador de polo reminiscente del gaucho, y el compadrito de los arrabales que baila el tango, no proviene de territorios liminales (el potrero, la frontera con el indio, los márgenes urbanos) sino de las entrañas del mismo estado nacional.