Extrañeza y Exilio

Oscar Strasnoy

Cortázar/Gombrowicz: Extrañeza y exilio II

Creo que estoy en el lugar equivocado. No es la primera vez que tengo esta sensación (y por el tema que vamos a tratar, viene al caso). Creo que estoy en el lugar equivocado porque no soy ni escritor ni me considero un intelectual: soy un compositor de música y la música es un oficio que poco tiene que ver con el intelecto. Pero es cierto que tengo algo que ver con Gombrowicz, ya que hice espectáculos sobre dos de sus obras: Opereta, en Francia y La Historia, en Alemania (que se repitió en el Colón). Es cierto que he leído un poco sus textos, no sólo los teatrales, y puedo decir dos o tres cosas. También puedo dar mi opinión sobre el exilio, o al menos sobre el irse o sobre el no estar, ya que es una situación que practico desde muy joven.
Creo que hay una pequeña confusión alrededor de la idea del exilio. Para mí, el exilio es el destierro impuesto por un dictamen, esa terrible pena a la que se condenaba a alguien, ya que abandonar la tierra equivalía a la peor de las muertes: en el extranjero, sin lengua, sin pasado, no se podía volver a vivir.
Estoy casi seguro de que Cortázar no fue técnicamente un exiliado. Francia se fue volviendo su país, su lengua, su público, su bienestar, su realización e incluso, al final, su nacionalidad. París era en esa época lo más anhelado por un escritor, y nadie se exilia en lo que desea. A los sumo se pierde. Pero no voy a (no puedo) hablar de Cortázar.
En el caso de Gombrowicz, queda la sombra, la duda de un exilio. Llegó a la Argentina como pasajero de un transatlántico polaco que cargaba con un equipo de fútbol y un par de intelectuales, entre los cuales se autoincluyó a último momento.

Todo nativo de un país periférico, como todo nativo de la provincia, tiene el íntimo y poderoso anhelo de dejar su patria o su provincia y acceder, con talento o con suerte, al olimpo de los lugares centrales. Está claro que Gombrowicz deseaba sacarse de encima su provincia (luego se daría cuenta, a través de su obra y observando como extranjero una Argentina espejo de su Polonia, que la provincia natal uno la lleva pegada, como la ropa o el acento, a todos lados). Había conocido Italia, Francia, Alemania. Ahora tenía la posibilidad de ir todavía más lejos, a un país prometedor, algo así como hoy día pueden sonar países como Corea o Nueva Zelanda. Algo exótico pero digno en su periferia obligatoria.
Lo que sucedió, tengamos memoria, no es tanto que Gombrowicz haya decidido un exilio (e insisto en el absurdo de este invento moderno, el autoexilio). El verdadero problema es que, recién llegado a Buenos Aires (agosto de 1939), Alemania decidió exiliar a Polonia. Polonia fue exiliada. Polonia fue desterrada: fue obligada a dejar el planeta Tierra. Pasó a ser un territorio de la memoria.

Gombrowicz no tenía más un país adonde volver. Tenía su recuerdo. La patria de donde había salido por un tiempo era ahora un agujero al que no volvería nunca. Había perdido para siempre su patria (su madre, sus hermanos, sus calles, todo) pero había encontrado el sujeto de su escritura.
Borges dice que a cada hombre le acaece un momento en la vida, uno solo, en que encuentra su razón de existir. El día en que Polonia dejó de existir, Gombrowicz empezó a escribir su vida (antes había sido un aprendiz brillante). Ese día, Gombrowicz comenzó, paralelamente a su carrera literaria, una carrera de exiliado profesional. Comenzó la construcción de su exilio, hacia ambos extremos de la línea del tiempo: hacia el nacimiento y hacia la muerte. Con paciencia creó exilios de todo tipo:
Gombrowicz adolescente provinciano perdido en el medio intelectual varsoviano.
Gombrowicz europeo y aritócrata perdido en la pampa pagana porteña.
Gombrowicz porteño y escritor (y aristócrata y polaco) perdido en Tandil o en Santiago del Estero.
Gombrowicz argentino y famoso (y polaco y aristócrata) perdido en Berlín, veinte años después del desastre.
Gombrowicz mundialmente aclamado perdido en el sur de Francia intentando respirar (sin éxito), añornado la Argentina (Tandil, Santiago del Estero).
En el 2003 produjimos la tercera puesta de Opereta en Francia. Es una pieza difícil de leer. La primera sensación es de caos. Personalmente, compuse parte de la música un poco a ciegas. Sólo tomé dimensión de la obra una vez terminado el primer acto. Tardé en darme cuenta de cuál era el verdadero sujeto de la obra.

Opereta habla del fin de Europa.
Gombrowicz llegó a Buenos Aires y Polonia desapareció. Ese es un dato comprobable. De lo que el mundo tardó en darse cuenta es de que Europa había desaparecido detrás de Polonia. Fue como tirar la cadena del baño y decidir a último momento incluirse a uno mismo en el viaje definitivo de los desechos hacia el infierno. Alemania desapareció. Francia desapareció. Italia desapareció. Los países del Este que lograron mantenerse en pie, fueron luego desaparecidos por Rusia. Sólo quedó por un tiempo Inglaterra, desaparecida más tarde por los Estados Unidos (Rusia ya había desaparecido hacía rato por su propio peso). La Europa de la Alta Cultura, de la Alta Cultura, de la Alta Cocina, de la Aristocracia, de las Ideas, del Romanticismo desapareció. La Cultura y los Edificios que vemos hoy no son más que vestigios reconstruidos.
Gombrowicz pertenecía a esa Europa de antes de la guerra (pertenecía “periféricamente”, cierto, pero pertenecía. El centro desapareció. Al desaparecer el centro, ya no había más periferia). Desde nuestras pampas vio caerse el inmenso edificio europeo.
Opereta (el género frívolo no es inocente) relata el fin de esa Europa, la desaparición de la infancia de Witold. El viento se lleva todo. La moda quiere forjar la Historia pero la Historia avanza y aplasta las modas.

Gombrowicz explota un género desaparecido (la opereta), para describir una época desaparecida. No tiene mejor idea que titular su opera simplemente “Opereta”. La tautología ilustra otra tautología, la de describir lo inexistente a través de un género inexistente. La tautología termina por destruir la forma anunciada.
Hay una frase significativa en su diario: “en Tandil soy el intelectual más importante”. Gombrowicz buscaba siempre constituirse en centro de una realidad mutante a su alrededor. Ese era su plan; esa era su situación de exiliado; esa era su necesidad de exilio: ser al menos tuerto entre ciegos, vidente entre tuertos o iluminado entre videntes. Un tuerto OVNI, un vidente venido de un lugar improbable.

G. se Rodea de lúmpenes en un bar de Corrientes. G. mira con lascivia a los marineros de Retiro. G. admira niños indios en Santiago del Estero. G. se rodea de adolescentes educados en Tandil (y los educa). En Buenos Aires evita a los escritores. Cuando llega a Francia, evita al medio intelectual que lo izó bien alto en el podio internacional. Se escapa al sur con Rita, que es joven y hermosa, único atributo verdadero.

Esos son sus exilios. O mejor dicho, todo eso es una continuación de su exilio permanente, su única manera de vivir y su razón de escribir.