Carlos Bruck

Apertura , Mal Estas páginas 9 a 13.

En nombre de la Fundación Proyecto al Sur, quiero darles la bienvenida a la apertura de estas Jornadas “Fulgores del Malestar”. Esto también me lleva a ubicar algunas de las cuestiones que definen nuestro espacio. Precisamente una de ellas, es considerarlo como una zona en la que sea posible desplegar líneas de fuerza, propuestas de lectura que se permitan una posición crítica. Una posición que nosotros preferimos llamar una práctica con consecuencias.

Proyecto al Sur, es entonces un espacio, una trama discursiva en la que desde una convocatoria hecha por el psicoanálisis no sólo participan quienes lo practican, sino también quienes pertenecen a otras prácticas.

Pero esta participación implica disponerse, autorizarse en cierto orden de diferencias. Desde ya que ésta es una apuesta decidida y que su resultado (como siempre que interviene la contingencia) sólo puede establecerse una vez transcurrido. Y eso es lo que definimos como producción.

De esto se trata. De una producción planteada a propósito de un espacio de cruce. Lo que significa no forzar una dirección de lectura que podría concluir en aquello que alguna vez se llamó psicoanálisis aplicado en donde se lo podía utilizar para todo. Ni tampoco homogeneizar las diferencias para terminar amasando, en una misma pasta, causas y conclusiones.

Estas Jornadas se plantean algunas cuestiones sobre aquello que titulado Fulgores del Malestar, alude a las maneras actuales de ese malestar en la cultura y también a los modos posibles de arreglárselas con lo que siendo irreductible nos demanda saber ¿qué somos capaces de inventar? ¿Cómo podemos establecer caminos que sin tener una meta fija impliquen una dirección?

Si casi siempre en las actividades públicas se puede disponer de un aniversario, en esta ocasión la cita con el pasado no es intrascendente sino que hace a una resignificación.

Han transcurrido unos 100 años desde los primeros descubrimientos freudianos y en esa línea podemos también inscribir el planteo de las relaciones de los sujetos humanos con su civilización, entendiendo como tal un complejo tejido o texto que se ocupa de prescribir y regular las actividades y valores sostenidos en el imaginario social.

En otras palabras, los sujetos somos en una estructura social, pero esta adecuación provoca un malestar, una incomodidad que se presentará con variados efectos, algunos soportables, y otros menos tolerables.

Hace poco tiempo, el responsable de la Opera de Hamburgo comentaba que en la actualidad la Dama de las Camelias, padecería de otros males que los que presentaba en esa ficción.

Cumpliendo con la afirmación freudiana de que la función poética siempre se encuentra más cerca de la verdad que la científica, podría suponerse que este planteo es una clara definición acerca de ciertos lugares que se ubican en el imaginario de la estructura social.

Al suponer que el malestar es estructural a la cultura (hoy como ayer el SIDA constituye un punto de relevo con respecto a otras enfermedades inquietantes, hoy como ayer, la violencia actual sobre los desvalidos recuerda a las cruzadas de los inocentes en las que murieron cientos de niños y otros fueron vendidos como esclavos) también hace falta tomar en cuenta el horizonte social de cada época, porque no todo lo de hoy es como ayer y corresponde como decíamos antes, ubicar las nuevas formas (nuevas como noticias, como informes) del malestar.

En nuestra actualidad algo de las nuevas formas del malestar se vinculan con el desalojo del sujeto y con la emergencia de un saber que pretende cubrirlo todo.

De esto es que proponemos ocuparnos, de la expulsión y de lo que retorna como resto de esa expulsión. Y no es casual que en estas circunstancias, el saber de la ciencia desemboque por una vertiente imaginaria en la exacerbación de lo sobrenatural. Lo que se conjuga entonces en una aparente paradoja: en momentos de mayor avance científico es cuando más proliferan las sectas, los milagreros y los débiles y poderosos que consultan, por supuesto, a diferentes astrólogos.

En tal sentido parece necesario que sin suturar conceptos ni avenirse con el Amo Contemporáneo, se pueda establecer que estamos ante un toma de posición. Esto que nos transmite Freud cuando 100 años atrás no duda en derribar una teoría sobre la neurosis que era inconsecuente con el padecimiento.

En un reportaje en 1974 le plantearon a Lacan que su nueva interpretación de los textos freudianos torna la lectura aún más complicada y él responde: “tal vez porque hago observar lo que el propio Freud por su parte, tardó mucho en meter en la cabeza de sus contemporáneos. El sentido del retorno a Freud es eso: mostrar lo que hay de tajante en su posición, en lo que había descubierto, en lo que hacía entrar en juego de una manera completamente inesperada.”

Creo que éste es el eje de nuestra actual convocatoria. Y digo actual, porque reanuda el encuentro con un dispositivo de cruce que la Fundación viene sosteniendo hace años. En tal sentido no es con inocencia que luego de haber trabajado durante dos años consecutivos La Pasión de la Mirada, hoy nos reunamos en relación con los Fulgores del Malestar. El mismo desarrollo del ciclo anterior fue conduciendo en esta dirección. Allí decidimos establecer un punto de anudamiento: la dimensión del fulgor.

Por los comentarios de algunos de los participantes y también de los asistentes, parecería que Fulgores del Malestar se presenta como una afirmación algo enigmática. Ojalá que esto fuese así porque creo que el enigma implica un decir en permanente desdecimiento.

El enigma no favorece una afirmación que se presente plena de certeza y que rehuse ponerse a prueba en la interrogación, en el cruce.

Pero en relación específica al Fulgor (y esperando que esto no se constituya en una explicación de intenciones o de propósitos) suponemos una línea delgada pero firme que va desde la pasión de la mirada hasta el problema del malestar. Precisamente el fulgor, el brillo, el resplandor es una de las maneras en que el objeto, lo irreductible, la Cosa se presente y el fulgor, el resplandor, el brillo siempre encandila, siempre captura hasta el punto de la fascinación donde alguien queda retenido, inmovilizado.

Hace poco la crónica de circunstancias anudó el fin del mundo con la presencia de un eclipse y los medios mostraban imágenes de débiles y poderosos mirando con precaución lo que paradójicamente en tanto que oscuridad podía enceguecer. Algunos con una placa radiográfica, otros con anteojos especiales, etcétera. Pero sobre la amenaza habitual se superponía la destrucción: el planeta podría estallar.

Precisamente una frase clásica—con una admirable economía de energías— reúne estas cuestiones cuando dice que al sol y a la muerte no se la puede mirar fijamente. La proposición, la convocatoria de la Fundación para estas Jornadas plantea ubicarse en relación con esta captura por el malestar.

Proponemos que nuestra posición sea la de no sumarnos a la fascinación de esta desdicha convirtiéndonos en cronistas irrelevantes, sino que por el contrario a esa fijeza respondamos con un parpadeo, con un agujero en lo real, con una discontinuidad, una intercalación que fracture esa interminable solidez.

Estos son tiempos en que el Amo necesita excluir el silencio (donde precisamente se hace la palabra); necesita recuperar el aliento frente a una experiencia inquietante. Aquello que siendo del orden de la falta, del no todo lleva a la proliferación y al exceso de productos para el consumo. Dimensión de la plusvalía en que la palabra se banaliza o se devalúa en un deslizamiento incesante hacia la vacuidad.

«Nunca hubo en el mundo tantas palabras —dice Gabriel García Márquez en ‘Botella al mar para el Dios de las palabras’— palabras inventadas, maltratadas, sacralizadas por la prensa, por los libros desechables, por los carteles de publicidad; habladas y cantadas por la radio, la televisión, el cine, el teléfono, los altavoces públicos (…) el gran derrotado es el silencio…»

Pero aún así, si estos son tiempos que corren y si la caballería se ha vuelto blindada y la lluvia se sabe ácida; aunque el poder falte a la cita con la palabra, seguimos siendo lo que somos. Sujetos parlantes habitados cada uno de nosotros por aquello indecible que nos hace hablar.

En tanto que esto es inevitable, elegir estar a la altura de esta condición será lo posible. Para esto recuperemos la frescura de las palabras del saber popular: si el que calla otorga, será cuestión de pronunciarse.