Ernesto E. Domenech

No hay caso. Carlos Bruck no respeta el non bis in idem, esa garantía tan querida por los penalistas. Nuevamente me llama por teléfono y me dice: – “No te olvides el viernes es el encuentro de presentación del libro… Ya sabés elegís lo que quieras decir…” y… nuevamente al pedido le sigue esa inmensa libertad …esa angustiosa libertad de decir lo que se quiera cuando no se sabe bien qué decir, para qué decirlo. Y qué decir cuando uno se instala en un malestar que nos deja sin palabras. Con imágenes que lejos, muy lejos de la polisemia que pretenden los semiólogos que posean, instalan el silencio, un silencio infinito. Arde aquí un bonzo nacional que no tolera su degradante privación de libertad, que amenaza incinerarse si es rematada su vivienda, y lo ejecuta. Cae allá -allá es Aganistán talibán que ahora que corrijo este texto no lo es- una mujer cubierta completamente de azul, es arrastrada, recibe un disparo en la cabeza que rebota en el piso y la ejecuta vaya uno a saber por qué pecado. Dos aviones de estrellan apocalípticos y desintegrados en el centro de los centros, en los ombligos del imperio. Una y otra vez se estrellan, se estrellan desde mil lugares diversos, desde cientos de caras incrédulas. Una y mil veces caen personas, se arrojan a la nada, a la vereda como nada. ¿Son fotografías o son personas? ¿ Es la ficción o su encarnación una y multiplicada? ¿Admiten ser rebobinadas? ¿Se multiplican con sus imágenes? ¿Se expanden con los cientos o miles de cámaras y video cámaras siempre mutantes o siempre fijas, dispuestas a transparentar el mal una y mil veces? Malestar de una libertad y de un silencio.

Por otra parte ¿De qué hablar en la presentación de un libro que no lo es, sino revista? ¿Acaso del trabajo publicado en ella.? Pero entonces evoco el Museo Nacional de Bellas Artes y la primera vez que lo leí. Como se acababa el tiempo y el señor del tiempo con elegancia y papelitos lo reiteraba, no sabía si leerlo rápido -ninguna lectura veloz poseo- , o pasar las páginas como si leyera, o sintetizar de apuro…”quedan cinco minutos” se suele escribir con garabatos, cinco minutos que en realidad tampoco lo son por exceso o por defecto, al cabo de los cuales, decidí leer la última página. Y flash había pasado todo, hasta el malestar de la lectura apurada.

Por otra parte si leo el trabajo que aquí está impreso por las dudas…¿para qué serviría la impresión? ¿Qué sería sino un souvenir que extravía los gestos, las inflexiones de la voz, las miradas impías del auditorio que convergen? No obstante esta lectura de alguna manera me seducía porque implicaba volver a alguna forma de la oralidad. A la transmisión boca a boca. Volver los cuentos inventados de mi abuelo y las canciones españolas de mi abuela que se piden y se suceden una y otra vez.

Pero no. Renuncié a estas comodidades. E imaginé qué había pasado entre esa primer escritura y lectura y esta otra, diferente, que vuelve por la falta de respeto de Carlos Bruck al non bis in idem.

Supe entonces que sentía profundamente lejana aquella primera lectura. Que la ubicaba mucho más allá de los dos años en que se hizo…o que -al menos- estos dos últimos años semejan muchos más. Como el tiempo de infancia. Tiempo ocioso, imperdible, capaz de sumergirnos en el aburrimiento y por el aburrimiento en otros tiempos simultáneos, de fugas y escapes .”Estoy aburrido” malestar infantil, padre de sueños diurnos, con los ojos bien abiertos. Alquimia de niños en pequeños héroes, de lugares inciertos y urbanos, en sitios fantásticos. Tiempo moroso de vacaciones prolongadas que se extendían con los calores de Enero, las siestas imperativas e insomnes y las veredas arboladas de esta ciudad. Me pareció, en consecuencia, que el modo de medir aquellos y estos otros años hubiese hecho del calendario un reloj, que registra no sólo horas de un día, no sólo días de un mes, sino los mismísimos segundos de cada hora, que amenazan con nuevas fracturas. Infinitas fracturas. Como si el tiempo se extendiese no por su prolongación sino por su fragmentación. O al menos por la fragmentación de sus medidas. Y esta extraña sensación que acerca la velocidad al tiempo, provoca un inequívoco malestar. El malestar del transcurso que no ha sido tal sino una sucesión inacabable de otros pequeños malestares capaces de conmover nuestra cotidianeidad. Esa que se ha vuelto incierta, temida, imprevisible, canjeable y megacanjeable. Que ha hecho de una variable bancaria, crediticia, y de seguros, el riesgo, una admonición o un presagio. “Los riesgos son cosas de todos los días” leí en una publicidad de los seguros del City Bank. Y el tránsito entre las variaciones del riesgo nos provoca una suerte de impudicia adrenalínica que nos muestra inermes. Espantados con un pánico real o de consultorio. Es pues éste riesgo tan complejo sutil y cotidiano, el que por obra de la incertidumbre y el malestar nos prolonga el tiempo, y nos lo prolonga cuando en realidad no lo prolonga, de un modo similar a la inmensa libertad en la que Carlos nos instala por obra de las repeticiones que hermanan las obsesiones con los calendarios y el decir lo que se quiere cuando en realidad no se sabe bien qué, ni que se quiere ni que decir. El malestar amo y señor del tiempo. El malestar provocador del tiempo mismo. Malestar multiplicado por sus imágenes Multiplicación que provoca olvidos y con los olvidos, aburrimientos, y con los aburrimientos vuelve a multiplicar los malestares.
¿Acaso es esto lo que quiero decir? No se, no lo creo tal vez sea un paso aceptable o al menos tolerable. Cavilo, ahora cavilo, que ya no será cuando lea este texto. Y cavilo mientras escucho a un señor con alta voz, capa fluorescente naranja, uniforme azul de zorro gris, capaz de señalar, dios nos libre y guarde, la cotidiana transgresión del tránsito en el centro más céntrico de la ciudad, en los ombligos de la anomia… “La señorita de boina roja no está cruzando por la senda peatonal”, “el señor de pantalón azul debe detenerse ante el semáforo”…, “no tiene luz de paso”,… “¿qué?” “¿no me escucha?” “debe detenerse.”…” Si señor, usted que está fumando y no mira… Fumar hace daño para la salud, no respetar las reglas de tránsito también”. Ustedes sabrán disculparme, tengo miedo al señor del megáfono, es capaz -conjeturo- de ver a través de las paredes -vaya uno a saber con tanto panóptico dando vuelta- quizás trepe esta escalera, tal vez mute y me de el papelito “sólo restan cinco minutos”, “vaya cerrando” “no ve que a las nueve debemos entregar el salón”, “¿Qué hora es?” ” Si señor usted de saco gris, pantalón gris, camisa gris, con cara de abogado que no me mira.” “No ve el reloj” “¿No tiene reloj?” “Acaso piensa que el tiempo puede detenerse o prolongarse” “¿Qué quiere hurtarlo o fabricarlo?” Ustedes disculparán, Carlos nos libre y guarde. Carlos, Carlos Bruck , no cualquier Carlos. No quiero seguir más. Ustedes sabrán disculpar fumo poco pero fumar hace daño para la salud, aunque no hablar del malestar también.