Jorge Halperín

Vamos a hacer un intento de formular algunas ideas que podríamos englobar pretenciosamente en una antropología política. Y vamos a tomar dos temas que están en los diarios. El primero es esta trágica noticia de los chiquitos que han muerto de hambre en Tucumán. Desde luego que provoca angustia, pero es una angustia finalmente mediática. La semana que viene saldrá de los titulares, empujada por la máquina de olvidar que son los medios.

Lo importante es ver qué lectura hacen los medios y la sociedad. La lectura que más se escuchó es que los chicos se murieron porque el clientelismo político y la corrupción desvían el dinero de la ayuda social y no llega a sus destinatarios. El vocero del gobierno dijo, con bastante oportunismo : “esto pasa porque los que gobernamos somos unos hijos de puta” (sic).

Por lo tanto, se instaló la idea de que este drama social se debe a la corrupción, así como en toda la sociedad desde hace años se instaló la idea de que la corrupción es la madre de todos los problemas. Modestamente, quiero decirles que la corrupción es el epifenómeno de algo más grande, no el problema central. No hay un solo factor que explique la crisis argentina sino muchos, pero el problema central es que en la Argentina hubo una brutal concentración de la riqueza, produciendo grados de miseria inéditos en millones de argentinos y, paralelamente, un colapso del Estado. La corrupción acompañó todo eso, claro.

El consultor Artemio Lopez daba un par de datos cruciales: cuando Menem llegó al poder, a principios del 90, la distancia de ingresos, en promedio, entre el argentino que más ganaba y el que menos ganaba era de 16 a 1. Ya era brutal. ¿Saben cuál es hoy la distancia? 40 a 1. Esto quiere decir que la minoría de población que tiene mayores ingresos capturó gran parte de la riqueza de los otros sectores como si fuera una super aspiradora. Por eso hay miseria en millones de hogares.

El problema no se arregla con los 150 $ del plan Jefes,, aunque son indispensables y deberían ser más. Porque no se puede arreglar que la mitad de la población del país sea pobre con planes asistenciales. Los chiquitos no se mueren porque los planes no llegan;; se mueren porque la distribución de ingresos es salvaje.

Podríamos pensar: lo que hace falta no son más planes o sumas más elevadas. Lo que hace falta es trabajo, esa es la salida. No hay ninguna duda de que es urgente generar empleo porque ya 1 de cada 4 argentinos está desocupado. Pero, ¿qué me cuentan si les digo que tampoco se soluciona creando trabajo?

Lo explicaba Artemio Lopez: durante los 90, Menem inundó el mercado de trabajos basura, o sea empleos n o calificados, muy mal remunerados, sin protección, en negro. Hoy la mitad de los trabajadores argentinos ganan menos que la línera de indigencia, es decir menos de 370 pesos, o sea que tienen trabajo pero no cubren las necesidades familiares de alimentos. O sea que ese tipo de empleo, que es el que más se crea hoy, no produce distribución del ingreso. Produce trabajadores en estado de miseria.

¿Por qué les hago toda esta explicación? Porque yo tengo la idea de que la manera en que los medios presentan los problemas de la Argentina termina escamoteando la verdad y, como los medios tienen mucha influencia en lo que la gente cree, la sociedad argentina compró la idea de que la corrupción es el problema mayor.

Fue por eso que el discurso de la Alianza se centraba en combatir la corrupción y no en corregir la pésima distribución del ingreso en este país que fue distinto al resto de América Latina porque fue mucho tiempo una sociedad con un alto grado de equidad.

Menem dejó un verdadero abismo entre ricos y pobres pero la Alianza no hablaba mucho de eso, es más, prometía no tocar la convertibilidad – ahora vamos a ver ese tema – y hablaba centralmente de combatir la corrupción. Y si eso era así fue porque los medios y la sociedad en la que circulan y de la que toman y amplifican sus ideas había comprado la creencia de que la corrupción explica todo.

La Alianza fracasó porque, además de todo, fue incapaz de gestionar el Estado, pero profundizó la terrible brecha entre ricos y pobres que dejó Menem porque se propuso no tocar la política económica. Hace poco,, un economista argentino que trabaja en Francia, dijo que, si bien la crisis argentina es, en esencia, una crisis financiera, es muy diferente de todas las últimas crisis mundiales porque no afectó sólo a la economía sino que se extendió a la política y a las instituciones.

Desde 1995 hubo en America Latina, en Asia y tambien en Europa unas 10 crisis economicas que, en general, son atribuidas a la fuerza disgregadora del capitalismo financiero. Sin embargo, practicamente el unico lugar en que la crisis no fue sólo crisis económica es la Argentina (podemos decir que en Rusia e Indonesia hubo fuertes repercusiones políticas, pero en Argentina directamente el estallido conmovio todo). Bueno, ahí esta la pregunta: ¿por que aquí la crisis se extendio al resto de las instituciones y quebró la confianza en los dirigentes? . ¿Fue porque aquí hubo mucha corrupción? Bueno, Argentina no es el único país que tiene corrupción. Es mas, existen en el mundo paises con elevada corrupción y éxito economico. Todos dicen: es que aquí sucedió que la convertibilidad terminó por arruinar a la economía argentina y la salida de la convertibilidad fue catastrófica.

Está bien, pero lo que no se comprende es por que en la Argentina no se pudo hacer como en la mayoria de los otros paises que sufrieron crisis, encapsularla en los limites de la economia. Por que, además, uno observa al mundo político pendiente de las próximas elecciones pero también advierte que a nadie se le cae una sola idea de cómo salir de la crisis. La pregunta es, ¿por qué estamos perplejos, con dirigencias que no atinan a encontrar la salida?¿por que, por otra parte, se advierte un clima general dominado por la resignación?

Entonces, como en los últimos años estuve trabajando el fenómeno de las creencias, también aquí me parece encontrar una dimensión distinta que podría aportar algunas claves. Cuando en 1966 yo tenia 18 años y cursaba el ingreso a la carrera de Derecho, carrera que después no contineé recuerdo que un profesor hablaba del significado de la democracia citando el ejemplo de los ingleses. Según el, cada mañana los ingleses se quedaban tranquilos al leer en el diario que vivian en una democracia, aunque no se pusieran a pensar demasiado que quiere decir eso. El comentario del profesor no era inocente. En ese momento nosotros estabamos bajo una dictadura y aquel profesor fue poco después ministro de Ongania. La Facultad de Derecho proveia entopnces mucha materia gris a las dictaduras, y la sociedad todavía no era tan mediatica aunque muchos medios argentinos trabajaron, como se sabe, para echar al gobierno de Arturo Illia.

Sin embargo, aquel comentario llamaba la atención sobnre un fenómeno bastante descuidado: el papel de las creencias en la vida política. La idea que quiero transmitirles es que cuando una sociedad se embarca en determinada política económica no se trata de un hecho meramente económico. Para ir al punto, quiero decir que, aunque la convertibilidad sólo la entienden los economistas y la mayoria de la gente solo comprende la idea del 1 por 1 con el dólar, yo creo que no fue sólamente el gobierno de Menem y luego el de De la Rúa que compraron la formula de la convertibilidad. Fue toda la sociedad, fuimos todos. Quiero decir que la convertibilidad no fue simplemente una política económica. Fue una fórmula de vida que la sociedad argentina sintió que la sustrajo del derrumbe hiper inflacionario y le hizo vivir unos 10 años de estabilidad – que era uno de los reclamos mas largamente sentidos -. Diez años de horizontes previsibles, de acceso a bienes importados, de acceso para muchos a viajar por el mundo, o sea de acceso simbolico al Primer Mundo. Todos, cada sector social, sintieron que un tipo encontró una receta que funcionaba maravillosamente. La convertibilidad fue una suerte de partido político con consenso general. Por eso, aunque muchos economistas que entreviste este año dentro y fuera del pais me dicen que desde 1997 ya estaba claro que Argentina no tenia salida si no abandonaba la convertibilidad, cuando en 1999 mucha gente queria sacar a Menem del escenario político y apoyaba a la Alianza, los lideres de esta coalición se vieron obligados a aclarar que no iban a tocar la convertibilidad. Y fue tambien por eso que el año pasado, cuando Machinea ya no podia con el barco de la economia, fue un lider del centro izquierda quien convenció a De la Rúa de que Cavallo era el único que nos podía salvar de la crisis.

Casi me atrevo a decir que, detrás de la espera angustiante de hoy de que el FMI firme el acuerdo con la Argentina tambien esta la fantasia de reconstruir la convertibilidad que, como todos saben, tuvo como pieza clave los creditos del exterior. No es casual que Carlos Menem prometa retornar al 1 por 1.

Desde luego que no estoy hablando a favor de la convertibilidad. Hay pocos dudas de que fue, al final, la causa de nuestra ruina. Pero fue como el chocolate, que los médicos nos previenen que es un veneno a largo plazo, pero que mientras lo comemos sentimos que probamos las cosas buenas de la vida.

La convertibilidad fue un artificio sostenido en una burbuja financiera, pero actuó como una creencia profundamente arraigada en la sociedad, algo que a la gente le funcionaba, y ahora que nos deshicimos de ella es como si recien nos diéramos cuenta de que estamos desnudos. Nos sentimos como huérfanos, nos quedamos sin nada para reemplazar aquella fórmula que funcionó tanto que nos resultaba bastante indiferente que hubiera corrupción y que aumentara el número de pobres. Como se dice vulgarmente, nos bajaron de un hondazo.

Me parece visible que, cuando la convertibilidad parecia funcionar a las maravillas, la Suprema Corte de Justicia dócil a Menem, las sospechas de corrupción y el autismo de la clase política no eran una preocupación central para la gente. En el fondo, era como si una conciencia popular dijera por lo bajo: bueno, esta maquina funciona largando mal olor, pero funciona; no toquemos nada, no vaya a ser que rompamos la maquina. Que la corrupción era funcional al modo en que se privatizo y se condujeron los negocios en el menemismo es algo sabido por todos, del mismo modo que 15 años antes se sabía que el gobierno militar estaba haciendo un trabajo muy sucio aunque todos preferian ignorar los detalles. Quiero decir con esto que si no se puede avanzar mas en la lucha contra la corrupción es porque la sociedad tiene un determinado grado de tolerancia, lo considera como un problema indeseable que acompaña el funcionamiento de las instituciones.

Y concluyo con esto que las creencias juegan un papel fundamental en el rumbo que toma la sociedad. Creo que parte de la angustia, la furia y la resignación que experimentan hoy millones de argentinos tiene que ver con que colapso una creencia generalizada. Se toleró la corrupción en aras de un mundo mejor prometido por la convertibilidad, rozado durante algunos años, y hoy ese mundo prometido se desvaneció. Sabemos ahora que estábamos viviendo de manera equivocada, y que que el mal olor de la maquina no era simplemente un problema de olfato: algo estaba podrido e íbamos a pagar un precio por eso.

Por eso creo que gran parte del enojo general se debe a que vivimos diez años con una formula que parecía que daba resultado y ahora no sabemos como reemplazarla. Entonces, ahora, la corrupción y el autismo de las dirigencias molestan mucho más

Se puede trazar, efectivamente, un eje del mal, o mirar las cosas desde el ángulo moral, con otras coordenadas: una sociedad como la Argentna no pudo tener el grado de equidad que fue visible en el censo de población que Gino German hizo en 1947 y perduró durante varias décadas, no pudo construir ese grado de equidad sin un consenso generalizado acerca de que eso era bueno. Y tam poco se pudo haber desplomado brutalm ente hacia la actual desigualdad social sin que haya muudado de ética y se haya convencido de que el verdadero mal de la Argentina consiste en que se repartió demamsiado. Todos escuchamos esa idea hace mucho tiempo, encubierta en una explicación: Se decía: aquí el error fue repartir antes de crecer”. Bueno, cambió la moral colectiva en la Argentina y en el mundo, estamos en una época mucho menos solidaria.

Yo estoy tan escandalizado como ustedes frente a la corrupción. Pero, cuando veo a los medios y a muchas dirigencias y factores de poder obsesionados con la corrupción tengo una sensación parecida a la que tenía en los ´70, cuasndo la subversión era señalada colmo la madre de todos los males, como el cuerpo extraño que hay que extirpar. Hoy, Tulio Halperín Donghi, uno de nuestros mejores historiadores, admite que la subversión no fue el verdadero movil del golpe. Y bien, huelo algo profundamente autoritario que me hace no creer demasiado en el supuesto asco de una sociedad que, en general, es bastante indiferente a las instituciones y tiene la costumbre de hacer frente a sus problemas pensando que somos inocentes y buscando el nuevo cuerpo extraño que hay que extirpar para terminar con el sufrimiento.

Las creencias desde luego no explican todo, pero echarles un vistazo nos pone frente a un actor menos observado en los análisis: me refiero a la propia sociedad que otorga o no consenso, tolera, consiente, apoya o empuja y brinda el marco ideológico en el que disputan los otros actores.

Ahora, hay que despertarse y construir no una nueva burbuja sino una fórmula que funcione para un país que tiene más de la mitad de sus habitantes en la pobreza pero que todavía tiene enormes recursos. Y hay que mirar a las creencias colectivas. Una formula de reconstrucción no puede ser solo económica, nunca lo es. Entre otras razones por las que debemos despedir para siempre la cultura de la convertibilidad, además de ser inviable, es que se trataba de un modelo plagado de exclusión. Reconstruir la Argentina supone entonces plantear un cambio ético, una etica de la sociedad y de sus instituciones, una ética de la transparencia pero también un querer vivir en un lugar que sea mas digno para el conjunto y no para pocos.