Carlos Bruck

Como es sabido, en ese reducto ( pequeña formación que alguna vez se denominó “una banda de desharrapados”) en el que Freud habia entregado anillos de compromiso a sus integrantes, sucedía periódicamente otra ceremonia.

Cada año, uno por uno de los discípulos no podía abstenerse de dirigir por escrito una nota confirmando su participación y continuidad.

Se planteaba así – al no dejar nada implícito- la necesidad de un pronunciamiento que afirmase o contradijese la apuesta hecha en algún momento por el Maestro. Una apuesta no solo al psicoanálisis sino al lazo social y sus vaivenes.

Porque también es sabido que los espacios de encuentro pueden disolverse o consolidarse de acuerdo a lo que allí se juega como sucede en cualquier agrupamiento. Es por eso mismo que Alfred Adler, uno de los discípulos disidentes le escribe una curiosa carta a Freud relatándole que en esas furiosas internas no se peleaban por otra cosa –dice- “que por el amor de usted”.

Entonces hay una apuesta y una definición sobre el sentido de la continuidad que, al mismo tiempo, son los márgenes que distinguen al Premio Lucien Freud.

Premio que lleva el apellido de aquel que sostuvo su discurso frente a resistencias, entusiasmos pasajeros, controversias rápidas y amores transferenciales difíciles.

Premio que también porta el nombre del nieto de Sigmund, uno de los mejores pintores de nuestro tiempo. Aunque como anticipáramos en otro número, lo que allí se cifra no es convocado por la arbitrariedad sanguínea o la identificación en un semblante, sino por un mas allá del principio de familiaridad: aquello que hace al entrecruzamiento propio de nuestra formula: psicoanálisis/cultura y que se representa en la sigla Lucien Freud.

Premio que cuando se escribe esto transcurre la cuarta edición y en este número especial que presentamos, muestra los resultados de la anterior convocatoria y de sus posibilidades de heterogeneidad que hasta ahora y en adelante nunca se han transformado en complacencia.

De esto pueden dar testimonio, como en otras ocasiones, el Comité de lectura compuesto por un prestigioso conjunto de evaluadores y el Jurado internacional que se ha conducido a la altura de su condición. En este sentido nuestra especial honra por la pérdida de Nicolás Casullo, intelectual critico y abierto.

La continuidad también ha hecho que Clorindo Testa nuevamente demostrara su disposición generosa y su valía artística donando la obra que se entrego a Gabriel Vulpara, ganador del Premio con la singularidad de un texto que combina ensayo y ficción para una cuidadosa lectura sobre las condiciones y proposiciones del malestar en la cultura. Y en el mismo espacio de esta publicación se encuentra el Accesit otorgado a Aída Sotelo por su rigurosa lectura del vaivén de los géneros y la época en un escrito que no duda en atravesar conceptos y preconceptos.

Si la complacencia no ha sido una practica tampoco la exegesis como recurso, se corresponde con las maneras de Mal Estar y de la Fundación Proyecto al Sur. Quizás nuestra apuesta y nuestra continuidad se deban, sean deudoras de ello.

Y la insistencia, que saliendo de la aridez de la repetición nos hace volver a escribir que esta presentación, sigue manteniendo, al igual que en todos los números anteriores de Mal Estar, su carácter de preliminar. Por ello mismo no pretende distraer sino que supone entreabrir, llamar la atención sobre lo que aun esta por venir en las paginas siguientes.

Y para citar una apuesta nada viene mejor a nuestra mano que hecha por un romano proclamado Julio Cesar que -como el Quijote, después de una duermevela- se pronuncio: “la suerte esta echada”.

Y esto, ponerse en juego, arriesgarse a la escritura, no garantiza premios. Pero de acuerdo al anillo, al lazo de la letra, puede tener consecuencias