Carlos Brück
Entre batallas, exilios, derrotas y cenizas, Alberdi y Sarmiento seguían hablándose con un lenguaje impropio de señoritos: “Usted es un gaucho matrero” le decía uno al otro. Que a su vez respondía con lo que los diarios de la época llamarían un brulote.
Las alianzas y las traiciones sobrevolaban la necesidad de la correspondencia. Tiempo después, José Hernández, precisamente en el Martín Fierro, en esa historia de lealtades y cielos abiertos, haría pelear a un gaucho matrero contra la partida. Y a la vuelta de esos libros, presentaría, junto a otros, el proyecto de una ciudad que terminase con estos desencuentros.
Un proyecto muy ajeno a nuestra historia y nuestras letras, sembradas de conquistas, poblados tan antiguos y fundadores que estaban de paso mientras buscaban El Dorado.
Así es que en estas pampas, la última aventura del iluminismo fue el diseño decimonónico, calle a calle, hilera tras hilera, de una polis. Es obvio que nos encontramos -como siempre que mencionamos esta palabra: polis, con la ciudad como una aventura política.
Ese espacio urbano del que hablamos, nombrado en una contracara de El Dorado, como la ciudad de La Plata, fue planeado y perimetrado con una exactitud que algunos sospecharon propia de la lógica masónica .Y aun así, pese al voluntarismo de la precisión, se hace ejemplar para aludir a lo que no se puede abarcar y cerrar.
La Plata, lugar de diagonales y tilos, de universidad y burocracia. De un orden en sus avenidas y copias de palacios franceses y catedrales neogóticas, fue dejando en sus márgenes abiertos, el lugar para una numeración que hubo que reinventar. Y para subtextos que alojaban zonas enteras sin más luz que el sol negro de la pobreza, alguna cárcel que regresaría de extramuros para quedar ubicada entre casas de fin de semana, pastizales con chatarra y lugares de comida. Junto a espacios culturales y escuelas donde con sorpresa todavía se canta con ilusión al azul del cielo.
Hay en esta ciudad, en cualquier ciudad, un espacio llamado centro que se va diluyendo en múltiples periferias. Y hay un relato sobre la ciudad, cualquier ciudad, que se concentra en alguna de ellas.
Antes y después de esto, se trazan, como ya escribimos, mapas, recorridos, atractivos, miserias y testimonios que intentan -solo intentan- abarcar de una sola vez, con un solo golpe de vista una definición. Aquello que por naturaleza (y quiero que se entienda que esto es una ironía, porque no hay nada mas contrario a lo natural que una ciudad) no tiene posibilidades de ser abarcado.
Es con todo este bagaje que no damos explicaciones pero presentamos argumentos para el dossier de este numero: La ciudad, territorio incompleto.
Los textos que se incluyen, de ninguna manera van a completar ni topográficamente ni topológicamente, lo que por estructura se sostiene en su falta.
Antes de escribir estas líneas sucedieron las Jornadas anuales de la Fundación: Laberinto y desierto, encierro y exilio. Y allí, sorpresivamente, se fue deslizando una suposición: la ciudad (y sus laberintos) no es sin un desierto, sin una dimensión incalculable pero que hace de límite a lo que los poetas futuristas ya tan pasados de moda, definirían como una gran babel en movimiento.
Sabemos que gran parte del futurismo, además de fascinarse con el fascismo, tenía su predilección por el movimiento, como si eso llevara a alguna parte. Hasta que los dibujos de Escher mostraron el destino de ruinas circulares que esa movida podría tener.
La ciudad también tiene una babel de versiones que portan sus habitantes o que relatan sus visitantes. Aunque sea poco probable reducir estas versiones al grado cero, tampoco es necesario coleccionarlas para construir una mirada definitiva.
Tomemos distancia con la necedad de la opinión autorizada y lleguemos a la lectura de algunas señales que en el dossier se muestran a la vista.
Si la lectura es un habito íntimo, mas allá de los escenarios en que se realice, hay otro genero que comparte esa atmosfera en donde – como en la ciudad- conviven lo publico y lo privado. Se trata de las conversaciones, que si en la narrativa universal tiene la filiación de los salones europeos y el sillón ingles de Oscar Wilde, entre nosotros esta marcado por la tradición de Lucio Mansilla.
En este volumen incluimos sendas conversaciones de las que hemos logrado disponer gracias a la generosidad de los protagonistas y las editoriales que cedieron honrosamente sus derechos. Nuestro agradecimiento para ellos como para el conjunto de autores que han escrito los artículos y columnas que sostienen, con decisión, alguna aventura del decir.
Si el psicoanálisis es una poética, en el sentido de lo riguroso incierto, no es entonces una cosmovisión. Y si es una poética en tanto que implica una política discursiva, tampoco es una elegía, ya que su posición no hace (no debería hacer) a la de esa lírica que supone un movimiento de recuperación de lo perdido.
Por todo ello el psicoanálisis en el porvenir de su practica, implica recuperar un lugar, saber mal estar, algo así como lo que se despliega en el entrecruzamiento.
Nuestra revista/libro no esta hecha por psicoanalistas para que únicamente la lean los psicoanalistas. Ya hay otras publicaciones que se ocupan y muy bien de esto. Si insistiéramos en replicarlas, no solo pasaríamos por la pesadilla de los espejos y por el desfiladero continuo de los dibujos de Escher (ese infierno tan temido) sino que se perdería nuestra apuesta a otra cosa y algo más.
También nosotros, como la ciudad, pretendemos un lector incompleto que no haga profesión de fe, al mismo tiempo que mantenemos la pretensión freudiana de una universitas literae
Esta operación es la que sostenemos y sostiene nuestras acciones. Es de tener en cuenta, después de varios números que hoy llegan a diez, lo dicho en otros momentos: no hay otra cuestión en juego que los efectos imprevisibles, pero esperables, de haber puesto en marcha este artefacto textual, este dispositivo de cruce.
Esperamos que los lectores sean el pretexto necesario.