R. Horacio Etchegoyen
La tarea a las que nos convocan en el Museo Nacional de Bellas Artes la Universidad de Nueva York en la Argentina y la Fundación Proyecto al Sur es a la vez compleja y atrayente. No pretendo abarcarla en toda su magnitud y me alivia saber que otros expositores traen a esta reunión sus esclarecidas reflexiones. Trataré solamente de tender algunas líneas que van y vienen de la cultura al psicoanálisis y del psicoanálisis a la cultura.
El psicoanálisis es a la par un método de investigación de los procesos mentales inconcientes, una técnica de tratamiento (psicoterapia) y una psicología. Nació de la mente privilegiada de Freud y tuvo desde el comienzo un fuerte compromiso intelectual con la sociedad, no menos que con la biología. La teoría de la relación de objeto y la transferencia son la sociología del psicoanálisis; la teoría de los instintos y las pulsiones, su biología. Los hallazgos del psicoanálisis repercutieron hondamente en la comunidad, que en principio los ignoró o los rechazó pero finalmente tuvo que admitirlos. Es innegable que el psicoanálisis dejó una marca duradera en el siglo XX y es de esperar que tenga también una influencia decisiva y orientadora en el que acaba de empezar.
Freud dijo alguna vez que, con el correr del tiempo, el progreso de la ciencia le propinó al narcisismo humano tres grandes injurias. Copérnico le mostró que la tierra no era el centro del universo (afrenta cosmológica), Darwin que el hombre no era radicalmente distinto de los otros seres vivos (afrenta biológica) y el psicoanálisis que no era siquiera dueño de sí mismo, de su conciencia ni de sus instintos (afrenta psicológica). En el momento actual ya nadie pone en duda el valor del inconciente, y la ciencia se pregunta más bien, al contrario, cómo y por qué surge la conciencia.
En La interpretación de los sueños (1900) Freud descubrió el psiquismo inconciente y pudo explicar las leyes generales de su funcionamiento. En Tres ensayos de teoría sexual (1905) descubrió la sexualidad infantil y su enorme importancia en la conducta humana. Por caminos diferentes, la etología y el psicoanálisis vienen a convenir en el papel fundamental de la sexualidad.
Si bien estos dos magnos descubrimientos se originaron en el estudio clínico de las neurosis y se aplicaron en principio a resolverlas, a curarlas, bien pronto, casi simultáneamente, Freud los empleó con maestría para aproximarse al genio de Leonardo, para comprender los mitos y para arrojar luz sobre los orígenes de la humanidad y de la religión.
En los primeros años del siglo XX, en la segunda década, Freud escribió Tótem y tabú (1913-14), donde parte de la idea de Darwin de la horda primitiva y, apoyado en la comida totémica de Robertson Smith, avanza la idea del asesinato del padre primitivo por los hermanos del clan, que se identifican con él y, a partir del sentimiento de culpa, establecen los principios básicos de la moral y de la religión. Depurada de sus ingredientes lamarkianos y atendiendo a lo que ahora sabemos de las diversas y variadas culturas de los primates, las teorías de Tótem y tabú se siguen sosteniendo todavía en hechos esenciales. El Macho Alfa de los chimpancés nos lleva a pensar ineludiblemente en el padre de la horda primitiva.
La embrionaria teoría de la organización social que propone Tótem y tabú alcanza más precisión y más riqueza en Psicología de las masas y análisis del yo (1921), donde Freud incursiona con audacia y solvencia en las relaciones que se dan en el seno de los grupos humanos. Aquí Freud describe penetrantemente las relaciones del líder con la masa y los complicados procesos de identificación entre ambos. Mucho de lo que se dice en ese escrito fundamental, que Jorge Samprún desgranó lúcidamente hace poco en Niza, servirá después para explicar la dinámica de los grupos humanos (que Bion llamará de supuestos básicos) y anuncia los liderazgos autoritarios que tanto daño hicieron en el siglo XX.
Esta fecunda línea de investigación culmina (pero no termina) en otro libro famoso, El malestar en la cultura (1930), que inspira estas Jornadas y fue estudiado a fondo en mal estar, la revista de la Fundación Proyectos al Sur. Allí Freud remite la angustia del hombre moderno a la lucha entre las dos pulsiones básicas, eros y tánatos, que había descripto diez años antes. Freud se muestra tal vez demasiado pesimista en este libro, que puede ser discutido desde diversos ángulos, aunque los acontecimientos más recientes no parecen, por desgracia, contradecirlo.
Las ideas de Freud sobre la ética, la moral y la sociedad originaron aportes convergentes y divergentes de algunos de sus discípulos, como Hartmann, Money-Kyrle, Lacan y Racker; pero de ellos no podría ahora ocuparme.
Quiero decir para terminar que la forma en que el psicoanálisis intenta entender al hombre y la sociedad es novedosa y revolucionaria. Implica un respeto sin concesiones por la realidad psíquica y lo que cada uno es y puede llegar a ser. Este mensaje no siempre es captado por la sociedad, y menos en la de este momento con su cultura light de la imagen y la búsqueda de satisfacciones inmediatas. De este vasto tema se ocupan la revista recién mencionada, muchos psicoanalistas de nuestros días, como Jorge Luis Ahumada, y desde luego la mayor parte de los intelectuales de nuestro tiempo.
Cabe decir que el psicoanálisis estudia el funcionamiento del inconciente para comprender sus leyes y para hacerlo entrar en razón, no para someternos al capricho y la arbitrariedad. La razón es débil pero termina al fin por imponerse – decía Freud-. Que sea así.
Buenos Aires, 9 de noviembre de 2001